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martes, 19 de abril de 2016

La muerte de un Régimen - Por Santiago O´Donnell






En estos meses, semanas, días y horas en que vi cómo se consumaba el golpe parlamentario-mediático-empresarial en contra del gobierno de la presidenta brasilera Dilma Rousseff desde mi platea privilegiada de editor jefe de noticias internacionales del diario Página 12, cada vez que lo pensaba , me venía a la cabeza una de las muchas enseñanzas que me dejó mi querido padre, el politólogo Guillermo O´Donnell. Reconocido en el mundo, fallecido hace poco más de cuatro años, yo nunca había escrito una línea sobre él. Hoy lo hago movido por ese recuerdo recurrente y por un mensaje de mi hermana, la antropóloga brasilera Julia O´Donnell, escrito en mi muro de Facebook: “Santi, precisamos de um texto seu sobre nossa triste situação...”

Papá dedicó su prolífica e intensa vida académica al estudio de la democracia, desde su ausencia en tiempos de dictadura, a su crecimiento en tiempos de transición, a su mejoramiento en tiempos de consolidación. Casi toda su obra se referencia en Agentina y Brasil, los dos países que más amó. Si bien sus colegas, sus discípulos y también sus críticos lo leyeron mucho más y lo comprendieron mucho mejor que yo, a riesgo de equivocarme o sonar demasiado simplista o poco académico me atrevo a decir que hay una línea que él escribió en Contrapuntos: ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización, (1997), muy sencilla, muy simple, muy directa, que de tan efectiva no me la puedo sacar de mi cabeza. La leí por primera vez en un columna domincal que Mario Wainfeld publicó en mi diario en mayo del año pasado, y no deja de retumbar en mi mente desde que empezó la escalada destituyente en Brasil.

Quienes ocupan las posiciones más altas en el gobierno (democrático) no deben sufrir la terminación de su mandato antes de los plazos legalmente establecidos.

Yo no había leído ese libro Contrapuntos que mi padre me había regalado con la esperanza sincera de que yo lo leyera. Demasiado denso, no me daba la cabeza. Pero esa frase sí que la puedo entender, la puede entender cualquiera. Va de suyo. Cae de maduro. Los presidentes deben poder finalizar sus mandatos. Se trata de una regla básica de la democracia. No creo que hoy alguien la pueda discutir. Lo que no sabía, y me vengo a enterar googleando el artículo de uno de sus colegas, es qué él, mi padre, había sido el primero en incluir esa condición en la definición de lo que constituye una democracia. Según escribió el politólogo peruano Luis Meléndez en “La democracia según Guillermo O´Donnell: una revisión crítica” (2013), si lo entendí bien, para arribar a su definición de “régimen democrático”, o sea el piso básico sobre el cual se puede empezar a hablar de una democracia, mi padre había tomado la definición de “poliarquía”, de su maestro en la Universidad de Yale, Robert Dahl. Dahl señala que para que exista una poliarquía, siete instituciones deben estar presentes: funcionarios electos, elecciones libres e imparciales, sufragio inclusivo, derecho a ocupar cargos públicos, libertad de expresión, variedad de fuentes de información, autonomía asociativa. Sin embargo, a diferencia de los regímenes parlamentarios del occidente europeo y el presidencialismo republicano estadounidense que habían marcado el pensamiento de Dahl, mi padre, basándose en su experiencia latinoamericana, en nuestra particular historia periférica post colonialista de golpes militares y dependencia económica, agregó cuatro rasgos necesarios a los siete requisitos enumerados por Dahl. Primero, “quienes ocupan las posiciones más altas en el gobierno no deben sufrir la terminación de sus mandatos antes de los plazos legalmente establecidos”; segundo, “las autoridades electas no deben estar sujetas a restricciones severas o vetos, ni ser excluidas de ciertos ámbitos de decisión política por actores no electos” (como las fuerzas armadas); tercero, “debe existir un territorio indisputado que defina claramente el demos votante”; cuarto, “debe darse la expectativa generalizada de que el proceso electoral y las libertades contextuales se mantendrán en un futuro indefinido”.

Ok, lo de “demos” lo tuve que googlear: “Demos es el conjunto de personas, claramente definido, al que se circunscriben los derechos de decisión, representación y electibilidad en un conjunto político cualquiera. El demos es el listado de miembros plenos de una comunidad política.” Pero lo demás, creo, es bastante claro. Sobre todo el punto uno: los presidentes deben poder terminar sus mandatos.

Por supuesto que existen excepciones. Si el presidente queda incapacitado por muerte o enfermedad, por ejemplo, debe exisitir un mecanismo democrático para facilitar la transición hacia el próximo. Si un presidente comete crímenes aberrantes de tal magnitud que queda inhabilitado moralmente para continuar su mandato, debe existir un mecanismo democrático para que la sucesión no sea traumática. Prácticamente todas las constituciones del mundo preveen mecanismos institucionales para sortear estas situaciones. Pero estas excepciones puntuales no incluyen caídas en popularidad, ni crisis económicas o políticas, mucho menos los tecnicismos burocráticos indentificados como presunto causal jurídico de remoción en el juicio político a Dilma.

La verdad, más allá del encomiable paso adelante en la lucha contra la corrupción que significa todo el terremoto causado por las causas judiciales alrededor de las coimas pagadas por empresas constructoras para asegurarse contratos con la petrolera estatal, Petrobras, y que no involucran a la presidenta aunque han dañado sensiblemente su popularidad, dio vergüenza ajena ver cómo diputados salpicados por el escándalo invocaban a Dios, Patria y Familia como único argumento para pedir la cabeza de Dilma en el recinto antes de votar.

Recuerdo el día en que mi padre recibió orgulloso su diploma honoris causa de la Universidad de Buenos Aires hace algo más de una década. En esa ocasión dio una clase magistral sobre, claro, qué otro tema sino la democracia. Habló de las tres dimensiones qué el le reconocía a las democracias. Primero, la dimensión clásica o ateniense, esto es, simplemente, que en una democracia la mayoría elige. Segundo, la dimensión republicana para atenuar los posibles abusos de las mayorías: la división de poderes, la alternancia en el poder, los controles estatales. Tercero, el plexo de derechos liberales que se sumaron al concepto de democracia para paliar deficiencias estructurales que perpetuaban la opresión de ciertas minorías: los derechos humanos, los derechos civiles, los derechos de la mujer y todo lo que hoy se da en llamar “nuevos derechos” : matrimonio gay, porro libre, aborto. Siguiendo ese razonamiento histórico-político, podemos decir que los mecanismos republicanos como el juicio político se hicieron para garantizar la defensa de las minorías débiles ante el posible abuso de la mayoría gobernante. Para ser claros, esos mecanismos republicanos no se incorporaron a la constitución brasilera para que una elíte nostálgica de su poder perdido utilice a sus legisladores de alquiler con el fin de tomar por asalto lo que no pudieron conseguir por la vía del voto .

Googleo democracia-O´Donnell y entre muchas otras cosas me aparece esto que él escribió en la revista Nueva Sociedad poco antes de morir:

La pulverización de la sociedad en innumerables actores racional oportunistas y su enojo ante una situación que parece causada por todos y, por lo tanto, aparentemente por nadie-tiene su chivo expiatorio fundamental: el Estado y el gobierno. Ese sentimiento colectivo es un suelo fértil para las ideologías antiestatistas simplistas; y por otra parte, impulsa la abismal pérdida de prestigio del gobierno democrático, de sus tambaleantes instituciones y de todos los políticos. Claro está que esas evaluaciones están bien fundamentadas: los mencionados fracasos del gobierno, sus desatinos y vacilaciones, su omnipotencia impotente, y con demasiada frecuencia la evidencia de su corrupción, así como el deprimente espectáculo que ofrecen (también con demasiada frecuencia) los políticos, dentro y fuera del Congreso, y los partidos políticos, brindan la oportunidad perfecta para la exculpación de la sociedad mediante una proyección sobre los múltiples males del Estado y del gobierno. Lo menos que se puede decir de esos problemas es, en primer lugar, que no ayudan a avanzar hacia una democracia consolidada, institucionalizada; en segundo lugar, que hacen extremadamente difícil la puesta en práctica de políticas complejas, de largo plazo y negociadas multilateralmente, que podrían sacar a esos países del atolladero; y en tercer lugar que (ciertamente no sólo en América Latina) esos problemas interactúan fuertemente con la tradición de un estilo cesarista, antiinstitucional y delegativo de formular políticas.

También leo que mi padre hacía una distinción entre “régimen democrático” y “Estado democrático”. Para él Brasil distaba mucho de tener un Estado democrático pleno en sus distintas dimensiones sociales y territoriales. Para él, el Estado brasilero era “heterogéneo”, estaba lleno de “zonas marrones” y de “agentes” o personas a las que no les llegaban derechos y servicios que otros sí gozaban. Siguiendo su línea de pensamiento, en este momento de quiebre se me ocurre que la democracia fortalece al Estado y que un Estado débil, no por tamaño ni poder fáctico, sino por falta de legitimidad, se vuelve impotente a la hora de defender el régimen. Entonces con el golpe parlamentario Brasil pierde mucho más que un gobierno electo y un Estado legítimo: pierde su régimen democrático.

Mi padre era un optimista y un fervoroso defensor de la democracia. Pero también era realista acerca de sus problemas y limitaciones. Hasta el final de sus días buscó soluciones en la sociedad civil, en los derechos civiles, en la relación entre agencia, régimen y estado, en la teoría del juego, en la “razonabilidad” de distintos actores y procesos. Pero en sus últimos años también hablaba y escribía mucho, con temor y aprensión, y a modo de advertencia, sobre “la muerte lenta de las democracias” en nuestra región. Sin ánimo de hacer hablar al difunto, me lo imagino tan triste como mi hermana Julia, acaso pensando que la democracia brasilera había empezado a morir mucho antes del juicio político a Dilma.





jueves, 7 de abril de 2016

Detrás de los Panama Papers - Por Santiago O´Donnell




Las megafiltraciones desnudan y exponen el lado oscuro de grandes actores del poder mundial. Los secretos de la diplomacia de la primera potencia mundial, en el caso del llamado “Cablegate” de Wikileaks. El espionaje masivo de los servicios de inteligencia de Estados Unidos y Gran Bretaña a través de teléfonos e internet, en el caso de las revelaciones del ex espía Edward Snowden. La utilización de los poderosos y sus empresas de paraísos fiscales para ocultar movimientos financieros, en el caso de los Panama Papers que acaban aparecer.

Pero eso no es todo. Las megafiltraciones también interpelan y exhiben las limitaciones y complicidades de los grandes medios de comunicación y las de una profesión, la del periodista, que hoy se encuentra en crisis o reformulación debido a los procesos de avance tecnológico y concentración empresarial que la atraviesan. El avance tecnológico hace que hoy prácticamente todos seamos periodistas en cuanto al uso y manejo de un medio de comunicación, ya sea una página web, un blog o una cuenta de red social. Las nuevas tecnologías también hacen posibles las megafiltraciones y dinamitan la relación tradicional entre fuente y transmisor, o sea, entre filtrador y periodista. Parafraseando a Mcluhan, el medio es la megafiltración. Por otra parte en los últimos años los medios tradicionales han sufrido una profunda transformación. Pasaron de ser empresas familiares relativamente autosuficientes y sin grandes vinculaciones económicas, a un modelo de megaempresas mediáticas privadas, estatales o mixtas, que manejan decenas o centenares de medios en múltiples mercados y plataformas, y que además forman parte o están vinculados con grandes grupos económicos que controlan distintos mercados infocomunicacionales (cable, celular, cine, televisión, transmisiones y marketing deportivo, etc.). Esos vínculos producen conflictos de interés que dificultan la tarea de equilibrio periodístico a los empleados del grupo. En consecuencia cada vez más informaciones son silenciadas porque los grandes medios tienen más para ocultar que para mostrar.

A esto hay que sumarle que los anunciantes de estos medios también se han reducido y concentrado debido a la competencia de internet, mientras que los costos de producción periodística se han reducido notablemente debido a la tecnología. Este cruce hace que la relación de fuerzas entre anunciantes y medios tradicionales se ha alterado fuertemente en favor de los anunciantes, generando aún más conflictos de interés y razones para no contar en los medios tradicionales, hoy temerosos de perder a sus principales sponsors, quienes a su vez se sienten cada vez más poderosos porque invierten más dinero en los medios que sus propios dueños.

Sin embargo, a falta de un modelo noticioso alternativo de alcance masivo, los megafiltradores todavía dependen de los grandes medios para difundir pero sobre todo para hacer accesible la montaña de datos y darle espesor narrativo a lo que intentan denunciar. Claro que todo ejercicio de edición conlleva una dosis de censura. Por eso los filtradores pagan un precio al pactar con los grandes medios, que es nada menos que la pérdida de control de esos datos por los que ellos violaron leyes, arriesgaron sus vidas y en algunos casos hipotecaron su futuro, como hicieron Snowden, Chelsea Manning y Julian Assange, entre otros.

A su vez los grandes medios, la gran mayoría con su influencia, su circulación y sus ganancias en caída libre porque la noticias son gratis en internet, también necesitan a los grandes filtradores para mantenerse vigentes. Entonces aceptan publicar aunque la megafiltraciones los expongan a límites éticos rayanos con el robo, el fraude, o hasta la traición a la patria. Así surge esta alianza incómoda entre grandes medios y megafiltradores, este pacto mefistofélico, como lo describió Martín Becerra. El pacto funciona pero más o menos: a veces mejor, a veces peor.

Veamos cómo se dieron las cosas acá en Argentina. En el caso del Cablegate, los grandes diarios de uno y otro lado de la grieta se hicieron un festín con cables estadounidenses que hablan de sus respectivos enemigos políticos. Pero esos medios en su totalidad se negaron a publicar los cables referidos al grupo Clarín, al diario La Nación y a reconocidos periodistas como Jorge Lanata y Joaquín Morales Solá. Sin embargo, después de darle la exclusividad a Página 12 y luego a La Nación, a los pocos meses Wikileaks hizo públicos todos los cables que había entregado a esos diarios y así, a través de libros, blogs y demás formatos alternativos, se pudo conocer toda la información de la megafiltración que los grandes medios habían ignorado o directamente intentado ocultar.

Después vino la filtración de Snowden. La información fue difundida por el periódico inglés The Guardian, que tiene la particularidad de funcionar como una fundación sin fines de lucro solventada por la herencia de un millonario con el único fin de mantener al diario independiente de financiamiento externo. Sin embargo, la mayoría de los documentos de Snowden nunca se dieron a conocer. Primero, porque el gobierno británico allanó el diario y ordenó a su director a quemar los discos duros con los datos en presencia de las autoridades. Segundo, porque el periodista que contactó a Snowden con The Guardian y escribió los principales artículos sobre el tema, Glenn Greenwald, fue comprado por un sitio de internet dedicado a la investigación periodística llamado The Intercept, cuyo dueño es el fundador de E-Bay. Este señor, Pierre Omidyar, al parecer está más interesado en tener una herramienta periodística para defenderse de las interferencias en su negocio de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que en la difusión completa de la información que posee. Entonces, por ejemplo, no se ha publicado una línea de lo que dicen los documentos pillados por Snowden sobre la guerra de Irak. También se sabe que la información extraída por el ex espía incluye datos sobre espionaje inglés a blancos argentinos vinculados con las islas Malvinas y no es casualidad que Cristina Kirchner es la única jefa de Estado que se sabe que se reunió con Snowden en Rusia. Pero toda esa información, que sólo poseen Snowden y dos o tres periodistas, todavía no vio la luz y es difícil que eso suceda mientras el ex espía filtrador negocia su regreso a Estados Unidos.

Finalmente llegaron Panama Papers de la mano del diario alemán Süddeutsche Zeitung y del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. El consorcio, a su vez, los repartió entre cien medios de todo el mundo,. Incluyendo el diario La Nación y Canal Trece del Grupo Clarín en Argentina. Según explicó La Nación, en los documentos que le fueron entregados hay unos 540 nombres de argentinos vinculados a empresas ubicadas en paraísos fiscales. Sin embargo, las revelaciones se han limitado a unos pocos casos. Por un lado están los argentinos con trascendencia internacional que no pueden ser ocultados por los medios locales porque sus historias serían publicadas por otros miembros del consorcio, como es el caso del presidente Mauricio Macri y de la estrella del fútbol Lionel Messí. Por otro lado aparece el típico funcionario público, en este caso Néstor Grindetti, un ejemplo de que el Estado bobo siempre es un blanco fácil para este tipo de investigación periodística. Finalmente aparecen los socios y allegados a los empresarios Cristóbal López y Lázaro Báez, que hace rato vienen siendo investigados por La Nación y Clarín como cómplices necesarios de la llamada ruta del dinero K. De los otros 500 y pico ni noticias. Y sin embargo intuimos, casi sabemos, que esa lista incluye a gran parte del empresariado argentino.

Sabemos, por ejemplo, que hace poco más de una década la revista El Guardián del banquero Raúl Moneta publicó con lujo de detalles cómo la familia Saguier habría comprado el diario La Nación a sus primos los Mitre utilizando dinero canalizado a través de sociedades off shore en el paraíso fiscal de Islas Caimán. Los fondos para la compra provendrían de la tía de los Saguier, Ernestina Herrera de Noble, a su vez accionista principal del Grupo Clarín. El Guardián dio el nombre de esas sociedades. Pero esa información no figura entre las revelaciones argentinas de los Panama Papers y sin acceso a los documentos es difícil saber si aparecen o no en la información filtrada. Pero no deja de llamar la atención que de las decenas de personalidades denunciadas en todo el mundo a partir de los Panama Papers casi no figuran empresarios de medios y de los pocos que sí figuran, ninguno es miembro del consorcio informativo. También es llamativo que teniendo más 540 nombres vinculados con paraísos fiscales, Clarín y La Nación sólo publican unos pocos casos. Y tampoco se puede apreciar que los medios de la competencia hagan mucho esfuerzo por obtener esa lista, no vaya a ser ellos también o sus allegados o avisadores figuren en la nómina. El problema para los grandes medios es que ya son más de 400 periodistas en todo el mundo que han trabajado con la información filtrada y eso hace probable que tarde o temprano los datos silenciados lleguen a manos de medios alternativos que no tienen conflictos de interés con los dueños de las empresas offshore. Cuando eso suceda, si es que sucede, los miembros del consorcio quedarán expuestos por todo lo que no contaron porque no lo podían contar.

Es que los paraísos fiscales no son simplemente cuevas de evasión impositiva al servicio de los ricos y famosos, como da a entender la narrativa periodística que hoy surge de los Panama Papers. Son, sobre todo, instrumentos financieros de las grandes corporaciones. Forman parte del sistema capitalista globalizado que impone sus normas por encima de la voluntad de los gobiernos y actores sociales que lo cuestionan. Dentro de este sistema los llamados medios de comunicación tradicionales ya no son medios en tanto mediadores entre distintos factores de poder. Han mutado de medios a extremos, extremos de grandes corporaciones, narradores de relatos hegemónicos o que pretenden serlo, antes que descubridores de verdades incómodas. La megafiltraciones, en sus distintas variaciones, a medida que se hacen cada vez más frecuentes, muestran los límites del periodismo tal como lo conocemos y vacían de contendido la pretensión de equilibrio e independencia de los grandes medios, incluso de aquellos que alguna vez pudieron serlo.

Publicado en Emergente/Medium.com