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A los 81, años Murdoch es presidente del directorio,
presidente de la empresa y accionista principal del conglomerado de medios más
grande del mundo, News Corporation, 57.000 empleados, activos valuados en 62
mil millones de dólares que incluyen los estudios y la cadena Fox y el diario
The Wall Street Journal en Estados Unidos, y el canal Sky y los diarios The
Times y The Sun en Gran Bretaña. Esta semana el magnate se presentó ante una
comisión investigadora presidida por un juez de la Corte Suprema británica por
mandato del primer ministro, el conservador David Cameron. Lejos de admitir
culpa alguna, el testigo estelar se presentó como víctima de algunos
periodistas haraganes que hicieron trampa para ahorrarse el trabajo de
investigar bien, y de algunos editores que taparon el asunto. “Culpo a una o
dos personas a las que creo que no debería nombrar porque por lo que yo sé
puede que ya hayan sido arrestadas, pero no tengo ninguna duda de que incluso
el director, pero desde luego más allá del director, alguien se encargó del
encubrimiento, del que fuimos víctimas y que lamento”, testificó Murdoch.
“Pinchar teléfonos es una manera haragana que tienen los periodistas de hacer
su trabajo.”
Mostrándose como un viejo maestro del oficio dolido por la
traición de unos aprendices, procedió con una encendida defensa del periodismo
y los rectos principios que supuestamente lo guían. “Yo trabajé muy duro para
establecer un ejemplo de ética”, proclamó.
Eso sí, reconoció todo tipo de reuniones con todos los
primeros ministros que gobernaron Gran Bretaña en los últimos treinta años y
hasta se permitió cachetear un poco al mandatario actual. Por ejemplo, cuando
le preguntaron a Murdoch por qué le pagó a Cameron un vuelo en avión privado
para que el primer ministro visite su yate anclado en la isla griega Santorini,
donde ambos pasaron un fin de semana en agosto de 2008, Murdoch contestó: “No
me acuerdo de esa reunión, pero habrá tenido ganas de conocerme”.
A pesar de tantos encuentros y paseos, comprobados y
admitidos, con los políticos más poderosos de su tiempo, el magnate dijo que
nunca le pidió ningún favor a nadie y se mostró casi ofendido cuando le
preguntaron si alguna vez había usado esos contactos para avanzar en sus
negocios. “Me quedé horrorizado por la declaración del señor Dacre (director
del Daily Mirror, un diario competidor) el otro día, cuando dijo que su
política editorial está guiada por intereses comerciales. Creo que debe ser la
cosa más falta de ética que he leído en mucho tiempo”, se indignó.
Sin justificar las pinchaduras, argumentó que las figuras
públicas deberían acostumbrarse a vivir vidas públicas. “Mucha de esta gente se
ve muy grande en la vida de la gente común, grandes estrellas de televisión,
estrellas de cine, y por supuesto, debo incluir a los políticos. Si nos vamos a
meter en el tema de la privacidad, gente con responsabilidades públicas –y yo
incluiría a los propietarios de los medios– no creo que tengan derecho a la
misma privacidad que el hombre de la calle. Si vamos hacia una sociedad transparente,
saquemos todo para afuera.”
Si de algo se lo puede culpar, concluyó Murdoch ante la
honorable comisión investigadora, es de haberse excedido en la búsqueda de la
verdad. “Mi objetivo en el periodismo es siempre decir la verdad, ciertamente
en vistas al interés público, buscando llamarle la atención, pero siempre
diciendo la verdad.”
El poder de los medios es medio raro. Si un tipo como
Murdoch tiene un diario que roba información, sus periodistas van presos. Pero
si un sitio llamado Wikileaks publica información robada es al revés. Lo meten
preso al jefe con cualquier excusa, pero los periodistas pueden publicar lo que
se les da la gana y encima los aplauden. Siendo tan distintos sus objetivos,
Murdoch y Wikileaks esgrimen los mismos argumentos para hacer lo que hacen: la
búsqueda de la verdad está por sobre todo, vamos hacia un mundo transparente
donde no existe la privacidad. Pero aunque hacen lo mismo y lo justifican con
el mismo discurso, Murdoch y Wikileaks representan intereses contrapuestos.
Wikileaks rompe las reglas para denunciar a los poderosos, mientras que Murdoch
las rompe para fortalecer su imperio.
Los medios nacieron como un negocio, pero también como un
servicio público con la función social de vigilar a las corporaciones en favor
del individuo, del ciudadano en tanto consumidor de información. Pero de a poco
esos mismos medios se fueron transformando o fusionando en corporaciones tan
grandes como las que debían controlar. Dejaron de ser medios para convertirse
en extremos, extremos de los grandes conglomerados privados y estatales.
Perdieron su legitimidad de origen. Rompieron las reglas y ahora vale cualquier
cosa: todo se puede mostrar, nada se puede esconder, transparencia es verdad,
verdad es transparencia. Aunque en el caso de Wikileaks esto parezca un
ejercicio de igualdad, el caso Murdoch es su contracara. Las definiciones del
magnate a propósito del deplorable comportamiento de sus periodistas muestra
hasta qué punto el nuevo paradigma comunicacional deja al ciudadano-consumidor
indefenso, confundido y sin intermediaciones frente al avance de ese poder raro
que es el de los medios. O sea, el poder cada vez más concentrado de las
corporaciones que controlan los canales, las bocas y las nuevas tecnologías de
la información.
Publicado en Página/12 el 29 de abril de 2012
Imagen: EFE