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miércoles, 23 de marzo de 2016

Bienvenida la democracia - Por Santiago O´Donnell







Llegó Obama a la Argentina, un día antes del 24 de marzo. Todo un gesto en un momento cargado de simbolismo.

Por un lado justo se cumplen cuarenta años del golpe militar, de un golpe apoyado por la mayoría de los argentinos, dato que suele obviarse en los relatos más apasionados, pero golpe al fin que también fue apoyado por el entonces gobierno de Estados Unidos y su aparato de inteligencia, y que fue inspirado en la doctrina yanki de Seguridad Nacional, en su teoría del dominó, y en el reclamo hegemónico de su “patio trasero” en en el pico de la Guerra Fría.

Por otro lado acaba de asumir la presidencia Mauricio Macri, el mismo que dijera en la embajada estadounidense, según los Wikileaks, que dirige el “primer partido pro-negocios en más de 80 años en condiciones de asumir el poder”. Ese partido acaba de derrotar en las urnas por estrecho margen al Gobierno populista más longevo de la historia argentina. Uno que empezó como fuerte aliado de Estados Unidos hace doce años pero terminó haciendo de Washington su blanco retórico preferido, junto a su supuestos representantes locales: el imperio mediático del Grupo Clarín, la prensa cipaya, los banqueros, las multinacionales, la Sociedad Rural. Se acaba de ir un Gobierno que hizo de los derechos humanos su bandera, en particular las políticas de memoria y reparación por el terrorismo de Estado de la última dictadura militar. Ese gobierno había convertido a los principales organismos de derechos humanos del país en sus aliados políticos más fieles y sus ONGs más beneficiadas. En su lugar acaba de llegar otro gobierno, uno que dice respetar esas políticas pero que no muestra interés alguno en expandirlas, mejorarlas ni tan siquiera continuarlas, sino que se declara prescindente con respecto al pasado y partidario de dejarlo todo en manos de la justicia, como si eso alcanzara, con funcionarios que se muestran incómodos con el manejo del lenguaje de los derechos humanos, que nos recuerdan que dada la historia de la derecha golpista argentina, casi que habría que agradecerles el que no se declaren a favor de revertir los avances logrados durante los gobiernos de los Kirchner y antes el de Alfonsín.

Entonces año, día, lugar y personaje confluyen en un país prácticamente partido al medio por diferencias que tienen mucho que ver con lo que estos poderosos símbolos evocan. ¿Y qué imágenes, qué recuerdos, qué ideales evocan esos símbolos? Cada ciudadano, cada militante, cada usuario de Netflix tendrá su propia interpretación, su propia decodificación de la historia. Porque, admitámoslo, nos guste o no nos guste hay muchos Obama, muchos Estados Unidos, muchos 24 de marzo, muchos Macri y muchos derechos humanos.

Empecemos por el ¿visitante? No, no viene de visita. No es algo social. Es negocios, claro, y sobretodo geopolítica. Trae a la familia y para en Bariloche para no estar en Buenos Aires después de rendir su homenaje en el Parque de la Memoria, porque cualquier otra cosa que haga acá en ese día sería visto como una provocación. O sea, tendrá un descanso obligado y una hermosa vista al lago Nahuel Huapi, pero él no vino de visita, vino a laburar.

Obama no eligió venir a la Argentina un día antes del 24 de marzo. Lo que Obama decidió, gracias a un eficiente trabajo de lobby encabezado por la influyente canciller de Macri, Susana Malcorra, es dedicarle cuatro días en vez de dos a América latina.

En otras palabras, cuando le dejan tiempo las campañas políticas, la economía doméstica, los tiroteos, los atentados terroristas, la crisis migratoria, la batalla política y legal por su reforma del sistema de salud, sus peleas con el Congreso republicano, el arbitraje entre las empresas energéticas y la defensa del medio ambiente, el socorro a las víctimas de catástrofes naturales, accidentes y descuidos varios que provocan muertes masivas, entonces y solo entonces Obama se dedica a mirar al mundo.

Y cuando le dan un respiro sus guerras en Asia y Medio Oriente, la competencia con China, la disputa con Putin, el espionaje a sus aliados europeos, la tensión con Israel, la agenda bilateral con Canadá y el declive económico de Japón, los corchazos norcoreanos y las urgencias del día a día, llámese Ucrania, Egipto, el Congo o donde se le ocurra atacar al Estado Islámico, Al Qaida o Boko Haram, entonces y solo entonces Obama tiene tiempo para fijarse en América latina y el Caribe. Y en esta región sus prioridades claramente están en México y Cuba, seguido a cierta distancia por Brasil, y luego, más abajo, los países “medianos”, grupo que incluye a Chile, Colombia, Argentina y, últimamente, Venezuela.

Sin embargo, que Obama llegue previa al 24 de marzo de pura casualidad, como un apéndice a su histórico viaje a Cuba, no significa que la fecha le caiga mal. Al contrario. A los presidentes estadounidenses les encanta hablar de derechos humanos en sus viajes al exterior, sobre todo a los del partido Demócrata como Obama, y sobre todo en países con altos índices de antipatía hacia Estados Unidos como Rusia, China, Cuba y, en este caso, Argentina. Que el llamado a defender los derechos humanos universales sea una pieza clave de la diplomacia estadounidense puede sonar raro en un país como el nuestro, donde la mirada de los organismos suele estar orientada por las teorías antiimperialistas del siglo pasado. Pero la doctrina de los derechos humanos no se origina en la izquierda ni en los gobiernos totalitarios de esa inclinación, mejor conocidos por su defensa de derechos sociales como la vivienda, la salud y la educación, y no tanto por las garantías individuales, como el derecho a estar protegido de la violencia arbitraria del Estado.

Estos derechos, los derechos humanos, se emparentan con otros derechos de individuos y minorías como los derechos al matrimonio igualitario, al consumo de drogas recreativas, a decidir sobre un aborto, a la privacidad, al habeas corpus, al habeas data. Todos ellos, aunque en la Argentina figuren en la agenda de la izquierda progresista, son derechos que provienen de plexo de derechos liberales, de pensadores anglosajones como Locke y Hume, de estadounidenses como Alexander Hamilton y de admiradores de Estados Unidos como Alexis De Tocqueville. No es casual que de los dos organismos de derechos humanos más importantes en el mundo, uno, Amnistía Internacional, está basado en Londres y el otro, Human Rights Watch, está basado en Nueva York. Mientras tanto, del otro lado de la grieta, Fidel puso en cuarentena a los HIV positivos, enfermos o no, y China y Rusia, aunque reconocieron la universalidad de los derechos humanos al firmar la histórica la declaración de 1948, pugnan por ocupar puestos en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, con otros notorios violadores para bloquear criticas y sanciones por su comportamiento en esa área. 

Entonces es tan habitual como criticable que Estados Unidos se abuse de los derechos humanos al utilizarlos como ariete y como escudo en sus relaciones internacionales, gritando cuando el interlocutor no le gusta o no sirve a sus intereses, susurrando o callando cuando se trata de un país amigo, cliente o guardián.Entonces, ¿en el viaje a la Argentina hay que hablar de derechos humanos? “¡Fenómeno! Si nosotros los inventamos,” habrá pensado Obama. ¿Hay que tener un gesto? ¿Desclasificar unos viejos documentos? ¿Pasar una tarde en la mítica Patagonia? “¡No problem! I can do human rights, I can do Bariloche,” habrá dicho el Comandante en Jefe y Nobel de la Paz.

Obama llega a la Argentina para ocupar un espacio en un momento donde media ciudad lo espera con cholulismo porteño y brazos abiertos, pero también donde miles de personas de buen corazón se sienten invadidas y por qué no ultrajadas por el ubicuo despliegue de banderas estadounidenses y caras sonrientes del emperador en un aniversario que creían suyo, en una fecha que a fuerza de lucha, lágrimas y vueltas a la Pirámide de Mayo creían haber conquistado.

Llega con Robert Cox, ex director del Buenos Aires Herald, una de las personas que más vidas salvó durante la dictadura. Llega con las historias de Jimmy Carter, Pat Derian y Tex Harris, que también salvaron vidas y denunciaron a la dictadura argentina desde la Casa Blanca y la embajada en Buenos Aires. Y llega, seguramente bien asesorado, con la voluntad de escuchar a Estela y a las Madres fundadoras, a Vicky Donda y Pérez Esquivel, a Avruj, Cantón y cualquier referente del movimiento que acepte estar en la foto. Pero también llega con los fantasmas Kissinger, Reagan y los Bush, y con el recuerdo de los marines invasores de tierras hermanas en tiempos remotos pero no lo suficiente.

Llega con el Pato Donald de Disney y con el Pato Donald de Dorfman. Llega con la historia de la Ford que hizo desaparecer a sus delegados gremiales y con la historia de la Fundación Ford, que a través del Cels financió prácticamente todos lo juicios contra los represores de la dictadura.

Al país donde Bruce Springsteen le cantó “Born in the USA” a las Madres en el concierto de Amnistía, plena primavera Alfonsinista. Al país donde Kerry Kennedy, la hija de Robert, fue aplaudida en la ESMA por Crisitina y medio gabinete nacional. Al país que encontró un camino hacia la Verdad y la Justicia cuando generaciones enteras de abogados de derechos humanos, siguiendo el ejemplo de Emilio Mignone y Augusto Conte, muchos de ellos educados en Estados Unidos y financiados desde Estados Unidos, adaptaron el modelo de ONG de derechos humanos estadounidense a la particular circunstancia de un país donde gran parte de las víctimas del terrorismo de Estado dieron la vida luchando contra de la democracia burguesa occidental y el imperio estadounidense.

El Obama político-simbólico que llegó hoy representa al Estados Unidos que alentó o al menos protegió a los desaparecedores con el objetivo de imponer su modelo de capitalismo extractivo salvaje y depredador, un modelo que dura hasta hoy, según el pensar y sentir de muchísimos argentinos. Pero también se trata del mismo Obama-símbolo que representa a un Estados Unidos que mostró el camino, que financió y que dio cobijo a los organismos de derechos humanos cuando los mismos argentinos les daban la espalda. Ni hablar del movimiento revolucionario: así como había inspirado a las víctimas a dar la vida por la causa, ninguneó a quienes buscaron verdad y justicia para ellas dentro del sistema democrático por reformistas, cuando no reaccionarios.

En esta contraposición de símbolos, imágenes y paradojas que confluyen acá, en este momento, bienvenido el debate plural y la memoria verdadera, el respeto por el que sufre y la tolerancia para el quiere festejar.

Bienvenido un pueblo que sepa honrar, con repudios, protestas, abrazos y aplausos, cada cual a su manera, el recuerdo de este 24 de marzo tan particular.

Publicado en Emergente/Medium.com

domingo, 13 de marzo de 2016

Mi vecino el exterminador - Por Santago O´Donnell





El tipo tiene 48 años, cuerpo y cara de galán de telenovela turca y vozarrón de Papá Noel. "¡Bongiorno! ¡Soy Milan Lukic!”

Saluda alegre, contundente, arrasador, a través del teléfono desde una cárcel de máxima seguridad en Estonia. Allí, enviado por el tribunal de La Haya que juzga los crímenes de la guerra de partición de la ex Yugoslavia, purga una sentencia de cadena perpetua por torturas, asesinatos y limpieza étnica.

Rompe el silencio después de 25 años porque quiere buena prensa para salir de la cárcel y cree que la puede conseguir anunciando su deseo de radicarse en la Argentina, entre otras razones, para asesorar al gobierno en la recuperación de las Islas Malvinas. Dice que conoce un secreto que puede servir para que los británicos se convenzan de que a las islas les conviene devolverlas. Sí. Dice eso y también que nunca mató ni a una mosca.

Lukic ya lo tiene decidido. Dice que no quiere volver a pisar Bosnia, la tierra de sus padres, ni Serbia, el país por el que luchó. Quiere volver a donde escapó después del infierno, a esa llanura interminable, a esa inmensa metrópolis donde nadie conoce su cara ni su nombre, donde puede dormir aunque sea un rato sin que lo vengan a matar. Volver a su patria adoptiva que apenas llegó a conocer, allí de donde lo arrancaron en el 2005 para remitirlo a la Justicia internacional. A la tierra de los nazis y de los desaparecidos. A su lugar en el mundo. Argentina. Buenos Aires. Acá.

Declara, solemne:

Nací en Serbia, pero mi corazón está en Argentina. Si salgo de prisión antes de morir, el único lugar donde quiero ir es Argentina.
–¿Pero usted cree que Argentina va aceptar recibir a un criminal condenado por limpieza étnica?

¿Por qué no me aceptarían, después de cómo aceptaron a los soldados nazis?

–Pero ellos vinieron en secreto...

–No vinieron en secreto. Fueron más de 30.000 soldados alemanes. Ante Pavelic fue uno de los máximos asesinos y estuvo viviendo en Belgrano. Así que no veo ningún inconveniente en que yo pueda venir a vivir también.

Detrás de la voz de Lukic se escucha el ruido de fondo del receso de la tarde en el pabellón, tres horas para estirar las piernas, tomarse una sopa, y hablar desde un par de teléfonos públicos. Cuenta que gasta 400 euros por mes en tarjetas telefónicas y otros 300 en comida que compra en el almacén de la cárcel. Lo mantiene su última esposa, a quien conoció en La Haya. Tiene familia y dos niños pero pide que no dé detalles por un tema de seguridad. Dice que lo tratan muy bien y que la cárcel no está mal, pero exige que lo trasladen porque en Estonia nadie lo entiende. El año pasado sus abogados presentaron una demanda judicial: “Su incapacidad para comunicarse con otros convictos y empleados del penal conlleva un creciente dolor psicológico, que puede ser interpretado como tratamiento cruel e inhumano. Dicha barrera idiomática no le permite participar en programas sociales, laborales y de rehabilitación”. Quiere ir a un país más cosmopolita, tipo Francia o Alemania, o por lo menos a un país europeo donde no haga tanto frío.

A Lukic no le asusta la idea de pudrirse en la cárcel hasta el resto de sus días. “No, no! ¿Y quién te dijo que va pasar eso?” desafía. Al contrario, se ilusiona. Cree, o dice creer, que sale en cualquier momento. Explica que gracias a lo que está pasando ahora en Siria con el Estado Islámico y todo lo demás, por fin la gente se está empezando a dar cuenta de qué clase de personas eran esos musulmanes contra los que le tocó combatir en Bosnia. Además de lo que deduce del escenario político, dice que va a salir porque él cree mucho en los derechos humanos.

“La (Corte Europea de Derechos Humanos) de Estrasburgo y las leyes europeas no permiten condenas de más de 20 años. En Gran Bretaña puede ser 25, pero en Holanda puede bajar a 12. Digamos veinte años menos un tercio por buena conducta, llevo 10 años detenido, en tres o cuatro podemos estar tomando un café en la Recoleta.”

No se le ve cara. Habla por Skype a través de un número comprado en Estonia para que él pueda contactarse haciendo una llamada local. Me acompaña un intérprete que habla serbio-serbio, sin acento croata o esloveno, para que el entrevistado esté tranquilo cuando se le pregunta. En el 2005, al enterarme de su captura intenté entrevistarlo en el penal de Ezeiza. Sus jefes permanecían prófugos y se especulaba que estaría dispuesto a contar algunas cosas para ganarse el interés de La Haya y así evitar que lo devuelvan a Bosnia. No pudo ser. Llegué al penal con una autorización del juez firmada por Lukic pero a último momento el preso se arrepintió y se negó a recibirme. Diez años más tarde me contacta a través de su abogado argentino. Quiere hablar. Pero ahora sus jefes están presos y él está condenado. Para colmo ha escrito una autobiografía donde de a ratos es Rambo, de a ratos Heidi y de a ratos Marcelo Mastroianni. Un héroe ingenuo que las mujeres no pueden resistir. En el libro asegura una y otra vez que nunca hizo nada malo en su vida y que es una pobre víctima del odio y la confusión.

Suena el teléfono seis minutos después de la hora convenida. Suena, suena, clic de mouse, arranca:

Hasta ahora no quise conceder una entrevista a nadie, como señal de protesta. Aún creo en la ley y en los derechos humanos. Por este motivo no quise aceptar ninguna entrevista, pero decidí hacerla contigo, aunque la primera vez te rechacé.

–¿Y por qué ahora sí?

Por la honestidad de mis abogados Diego (Olmedo) y María (Vila Echagüe, ambos del estudio porteño Pizarro Posse y García Santillán) y por el pueblo argentino. Yo soy serbio, pero pasé un tiempo en Argentina y ahora me siento como un argentino. Ahora tengo muchas ganas de compartir aquello que sé con el pueblo argentino.
Lo que quiere compartir con los argentinos todavía está por verse, pero no hay dudas acerca de lo que sabe: sabe de exterminio.

Lukic fue condenado en el 2009 en una corte supranacional creada y financiada por la Organización de Naciones Unidas para juzgar crímenes demasiado atroces y políticamente cargados para la frágil judicatura de las jóvenes democracias surgidas de la partición yugoslava. Esa corte, por mandato, sólo se ocupa de los máximos responsables (ex jefes políticos y ex jefes militares) o, como es el caso con Lukic, de un puñado de sus criminales más notorios, los íconos de masacre étnica. El fallo, ratificado por un tribunal de apelaciones y otro de revisión de sentencia, dice que Milan Lukic mató –fusilando, quemando, ahogando o apaleando– a por lo menos 132 personas sólo por no compartir su nacionalidad. También dice que Lukic acumuló todas esas muertes en un par de meses a mediados de 1992, antes de cumplir los 25 años. Y dice que en dos ocasiones llevó a un grupo de familias musulmanas a una casa, la prendió fuego y con sus hombres fusiló a quienes lograron saltar por la ventana.

Lukic ya venía con antecedentes. En 1994 había sido condenado a 20 años de prisión por la Justicia serbia por la llamada masacre de Sjeverin, de octubre de 1992. Según testigos, en una ruta de esa localidad bosnia, una patota armada conducida por Lukic paró un micro, subió a pedir documentos y bajó a un grupo de 16 musulmanes, a quienes fusiló por el solo hecho de no ser serbios. Lukic también fue identificado por sobrevivientes como coautor de otra masacre similar, en una ruta cerca de la localidad bosnia de Strpci de enero de 1993. Esa vez, 18 musulmanes y un croata fueron bajados del micro y ejecutados; los asesinos nunca fueron juzgados. En cada aniversario de esas masacres, las familias de las víctimas reclaman que Lukic pague por lo que hizo. Pero eso no es todo.

Cuando se conoció la sentencia del tribunal de La Haya, Bakira Hacesic, la presidenta de la Asociación de Mujeres Víctimas de la Guerra, una ONG con base en Saravejo, lejos de festejar, criticó al tribunal por no haber condenado a Lukic por violación. Hacesic dice que fue violada por Lukic a punta de cuchillo. Es una de las decenas de mujeres que lo han denunciado por violación, tanto en la Justicia como en reportajes con los diarios británicos The Guardian y The Observer, y los estadounidenses Los Angeles Times y The New York Times. Un estudio de Naciones Unidas de 1994 afirma que el hotel que Lukic utilizaba como aguantadero durante la guerra, el Vlina Vlas de Visegrad, se convirtió en esa época en un centro de violaciones masivas y esclavitud sexual de mujeres musulmanes. La investigadora Alexandra Stiglmayer escribió un libro sobre el tema y se ofreció de testigo en La Haya. Según Hacesic, de las cerca de 200 mujeres que pasaron por el aguantadero de Lukic durante la guerra muchas fueron ejecutadas, otras tantas se suicidaron y menos de diez sobrevivieron. Bajo presión de Naciones Unidas para apurar el juicio y cerrar el tribunal, la acusación fiscal inicial en La Haya contra Lukic lo señala como autor de múltiples crímenes sexuales pero no lo acusa formalmente de esos delitos. Las protestas de la asociación de víctimas, Amnistía Internacional y Human Rights Watch hicieron que la fiscal general Carla del Ponte cambiara de opinión. Un día antes del comienzo del juicio de Lukic, la fiscalía presentó cargos adicionales por violación y esclavitud sexual. Pero el tribunal desechó los cargos, fallando que la defensa no tendría suficiente tiempo para prepararse adecuadamente.

Lukic dice que las mujeres mienten y que no lo acusaron de violación porque no tienen pruebas. Mentirosas y vendidas. Según Lukic, sus acusadoras saben muy bien quién las violó, pero lo acusan a él porque el verdadero violador les pagó para que acusen a otra persona.

–Usted entiende que denunciar una violación es muy difícil y duro...

Sé que hay muchas mujeres que harían eso por dinero. Si ellas se prostituyen por 10 y 20 euros, si alguien les ofrece 400 euros o una pensión o una jubilación para el resto de su vida, pueden salir miles que lleguen a prestar una declaración falsa. No tenía ninguna razón para cometer alguna violación, porque mi mujer y mis novias son mucho más lindas que las mujeres musulmanas.
–¿Usted se da cuenta de que tiene una manera muy misógina y despectiva para hablar de las mujeres?

–No estoy de acuerdo con su punto de vista. Yo antes de la guerra tuve un par de novias musulmanas. En mi familia también hay musulmanas, no tengo esa mirada.

–Pero decir que muchas mujeres, por 400 euros denunciarían una violación, es una manera muy ofensiva de dirigirse a las mujeres...

Lo que no puedo creer es cómo todo aquello que declaraban las mujeres serbias en el tribunal no se consideró cierto, y todo aquello que declararon las mujeres musulmanas sí. Este hecho me inclina a pensar que fueron sobornadas. Cuando trabajé en Suiza y Alemania, antes de la guerra, estuve con mujeres musulmanas; también cuando estuve en Višegrad. Por eso las acusaciones de violación no tienen justificación. ¿Por qué me acusaron? Porque algunos de los que perdieron a sus familiares quisieron vengarse acusándome a mí, para que me encarcelaran.
Visegrad es una pequeña ciudad de Bosnia y Herzegovina. Allí vivió Milán Lukic casi toda su juventud. Allí, en los años 90, estalló una guerra que enfrentó a serbios como él contra croatas y musulmanes, y que terminó con la desintegración de Yugoslavia. Durante esa guerra, Lukic dirigió un grupo paramilitar que se hacía llamar Las Aguilas Blancas o Los Vengadores. Fue entonces cuando ocurrieron casi todos los crímenes que se le adjudican. Visegrad está en la ruta entre Belgrado y Sarajevo, cerca de la frontera serbia, en un valle surcado por el río Drina. Su principal fuente de trabajo es un planta hiroeléctrica río arriba, apenas cruzando la frontera, que abastece a toda la región. Hasta que estalló la guerra en 1992, dos tercios de los 21.000 pobladores de Visegrad era musulmán mientras que el tercio restante era de origen serbio, como Lukic. Durante siglos habían convivido más o menos armoniosamente. En su entrada se alza uno de los monumentos más emblemáticos de Bosnia: un puente de piedra estilo otomano construido en 1571. Ese puente inspiró al escritor Ivo Andric, cuya novela El puente sobre el Drina lo llevó a ganar el Premio Nobel de Literatura.

Los Vengadores tomaron protagonismo en la primavera de 1992, después de la derrota del ejército musulmán y croata de Bosnia y la ocupación de Visegrad del ejército serbio de Yugoslavia, que provocó el exilio masivo de la población musulmana. Después de un par de semanas, el ejército yugoslavo se retiró de las calles de Visegrad. Nombró autoridades civiles, les entregó el gobierno de la ciudad e invitó a los exiliados musulmanes a retornar a su ciudad. Miles aceptaron por miedo a perder sus casas. Cuando volvieron, se encontraron con una ciudad gobernada por un consejo ciudadano de la minoría serbia, con Los Vengadores como su brazo armado. El ejército se cuidaba de no atacar a los musulmanes, pero dejaba hacer. Cuando llegó el final de la guerra en 1995, 14.000 musulmanes habían dejado Visegrad por muerte o por exilio, prácticamente toda la población musulmana de la ciudad, y los sobrevivientes pedían a gritos la cabeza de Lukic.

Los problemas de Lukic empezaron inmediatamente después del fin del conflicto armado. Fue uno de los primeros detenidos por crímenes de guerra. En 1994 fue extraditado desde Bosnia a Serbia para ser juzgado por la masacre de Sjeverin. Los pasajeros del micro habían sido visto por última vez en la central eléctrica de Visegrad, bajo custodia de Los Vengadores. Sus cadáveres nunca fueron encontrados. Desde el momento mismo en que Lukic fue detenido se empezó a hablar de una maniobra de los serbios para evitar que cayera en manos de las Naciones Unidas, y de un montaje para mostrar que Yugoslavia perseguía a criminales de guerra a partir de detenciones de criminales de poca monta como Lukic. Las sospechas crecieron cuando la Corte Suprema de Serbia lo absolvió de culpa y cargo, después de que los tres testigos que habían involucrado a Lukic –dos policías y un paramilitar– cambiaron sus testimonios para decir que ahora no recordaban haberlo visto en el micro. Los jueces también incorporaron el argumento del fiscal, quien señaló que las familias no habían podido demostrar que los desaparecidos estaban muertos.

Las cosas empeoraron para Lukic en 1996, cuando el periodista Ed Vulliamy lo retrató en la prestigiosa publicación inglesa The Guardian. No fue un perfil halagador. “Para muchos en Bosnia, Lukic es el hombre que posiblemente tiene más sangre en sus manos”, escribió Vulliamy. La descripción del periodista no ahorró detalles. Dijo, en esencia, que Lukic había transformado al querido puente sobre el Drina, antes un símbolo de conexión entre diferentes culturas, en un mudo testigo del salvajismo provocado por el odio racial. Según la crónica hubo quienes vieron desde sus ventanas cómo Lukic tiraba personas al río y después él y sus Vengadores los ametrallaban desde el puente y las orillas. El artículo le puso cara, nombre y apellido a la limpieza étnica practicada en la guerra y el Tribunal Internacional no tardó en abrir una investigación. Dos años más tarde La Haya acusó a Lukic de exterminio.

Decenas de testigos describen a Lukic como el patrón de Visegrad, como el monstruo que sembraba el terror cada vez que aparecía, rodeado por sus secuaces, manejando el emblemático Volkswagen Passat rojo que le había robado a un conocido matrimonio musulmán de la zona que él mismo había asesinado. Pero Lukic dice que están todos confundidos. Dice que Los Vengadores lo echaron porque él no quería maltratar a los musulmanes y que fueron ellos, pero sin él, los autores de todas las masacres.

Todo esto fue por culpa de las Aguilas Blancas, que son unos perros de la guerra. Ellos me enviaron a Belgrado, donde había personas muy viles. Cuando me expulsaron de ese grupo de Aguilas Blancas, tuve que pagar por ello.

–¿Quién fue según usted el que dio la orden de sacar a todos los musulmanes de Višegrad?

–El gobernador de Višegrad, Risto Perisic y Branimir Savovic, el jefe de policía. A través de los mercenarios de las Aguilas Blancas ejecutaron todo tipo de robos y violaciones, además de la limpieza étnica. Juntaron mucho dinero y cuando terminó la guerra, ellos pudieron comprar a la gente, con uno o dos millones de dólares, para que no los inculparan ni a ellos ni a sus soldados.
–¿Usted cree lógico que haya decenas de personas que estén dispuestas a acusarlo a usted por algo que no hizo, para cobrar un dinero de los verdaderos culpables de violar a sus hijas, matar a sus padres y sacarles sus tierras?

No comprendo bien porque usted me pregunta esto. Yo estaba a 20 kilómetros de distancia de Višegrad y no conocía a mucha gente ahí. Un empleado no puede dar órdenes a sus superiores. Además, ¿usted está seguro de lo que está diciendo sobre las víctimas musulmanas? Lo digo porque hubo el caso de unos 20 musulmanes de Višegrad que dijeron que los habían matado en la guerra, pero lo que verdaderamente hicieron fue cambiarse los nombres y irse a vivir a Austria.
–¿Hubo o no una guerra ahí entonces?

–Hubo una guerra civil en Bosnia. Pero no solamente perdieron tierras o fueron violados los musulmanes. Hubo unos 10000 muyahidines que ahora están en Siria y fue contra ellos contra los que luchamos, no contra los civiles.


A pesar de la mala prensa, en los 90 Lukic continuó con su vida en los alrededores de Visegrad sin sufrir demasiados contratiempos. Eso sí: fue detenido un par de veces por contrabando y asociación ilícita, pero las dos veces salió libre de culpa y cargos. También fue acusado en los diarios locales de manejarle un negocio de tráfico de drogas a Radovan Karadzic, el ex líder político de los serbios bosnios durante la guerra. Pero Lukic no tenía por qué preocuparse: su primo Sreten Lukic, también vecino de Visegrad, ocupaba la cartera de viceministro del interior a cargo de la policía de la República Serbia. Además, ya era conocida la relación que Milan Lukic mantenía con los jerarcas Karadzic y el General Ratko Mladic, ex comandante del ejército serbio bosnio. Karadzic fue detenido en el 2008 y Mladic en el 2011. Ambos están siendo juzgados en La Haya por genocidio.

A principios de 2003 Lukic se habría peleado con Karadzic y a partir de entonces ya nada sería igual. En marzo de ese año su primo Stretan fue destituido, arrestado y enviado a La Haya, donde fue condenado a 22 años de prisión por limpieza étnica en Kosovo. Al mes siguiente la policía serbio bosnia irrumpió en la casa de la familia Lukic en Visegrad y asesinó a Novica, un hermano de Milan. Para justificar el allanamiento e ljefe de policía acusó a Milan Lukic por contrabando de drogas y asociación ilícita. Según los abogados de Lukic, los policías que ejecutaron a su hermano a quemarropa fueron sobreseídos en tiempo récord. El 15 de mayo de 2004 un abogado de Lukic se vio en la necesidad de aclarar en el diario bosnio Oslobodjenje que su cliente no era un narcotraficante, sino un informante del tribunal internacional de La Haya en una investigación sobre los supuestos nexos entre el narcotráfico y Karadzic. Bosnia ya no era un lugar seguro para el ex Vengador. Era tiempo de partir. Según su pasaporte, Lukic pasó por Suiza y Alemania antes de mudarse a Sudamérica, donde vivió cortas temporadas en Venezuela, Colombia, Brasil y la Argentina. Un mes después del arresto de Milan Lukic en Buenos Aires, su primo Sredoje, otro conspicuo miembro de Los Vengadores, se entregó en Serbia y fue enviado a La Haya, donde fue juzgado junto con Milan y condenado a 30 años de prisión. El año pasado Milan Lukic sumó una nueva condena cuando una corte bosnia lo condenó en ausencia a nueve años de prisión por su rol en otra masacre de civiles, esta vez en la localidad de Klujc.

–Cuando lo arrestaron en Argentina, muchos especularon de que iba a revelar secretos sobre la Mladic y Karadzic y sin embargo no fue así. Durante el juicio, en ningún momento los incriminó.

–Nunca podría decir nada de ellos, porque no los conocí hasta que nos juntamos en La Haya.
–Pero usted escribió en su libro sobre un encuentro con Mladic...

–Sí, lo vi cuando su grupo de fuerzas armadas se juntó con un grupo armado donde estaba yo, pero nunca tuvimos nada en común.
–Usted fue también acusado de tráficar drogas para Karadzic.

_-Esto ocurrió antes del asesinato de mi hermano. Yo nunca vi la cara de Karadzic en mi vida. Las revistas y los diarios hablan mucho, pero deben estar pagados por ese dinero sucio que proviene de los criminales que han organizado todo este asunto. Yo no tengo que ver nada con Karadzic.
–¿Existe un pacto de silencio con Mladic y Karadzic, para no hablar de los crímenes de la guerra?

Digo ya por tercera vez que nunca tuve nada con ellos. No puedo entonces haber tenido ningún pacto de silencio. Me gusta Mladic como persona, porque luchó por su pueblo. Pero yo tengo nada que ver, son todas habladurías de las revistas sensacionalistas.
Lukic cayó preso el 8 de agosto del 2005 en el café de la esquina de Junín y Vicente Lopez. Un grupo de agentes lo había sorprendido en un momento vulnerable, mientras se abrazaba con su entonces esposa y con la hija de ambos, de cuatro años. Las mujeres, escoltadas por un amigo de la familia, acababan de bajar de un remise. Venían del aeropuerto. Habían llegado de París en el vuelo de Air France. Hacía un par de años que la familia no se reunía. El se puso su mejor ropa para esperarlas: pantalón gris, camisa negra, zapatillas plateadas. No ofreció resistencia.

–Me llama la atención los apoyos que perdió durante estos últimos años. ¿Le preocupa eso?

–¿Dónde vio usted que yo perdiera el apoyo?

–Por ejemplo, en la página que usted tiene para recaudar dinero, no pusieron ni un centavo.

–¿Cómo lo puedes saber si es una cuenta privada?
–No, está publicado en Internet...

–Si estás tan preocupado por mi financiamiento, puedes poner la primera contribución, así otros lo verán y se animarán a hacerlo.

Su detención en Buenos Aires no fue una más. Lo pescó la SIDE, el servicio de inteligencia que depende directamente del Presidente de la Nación, que entonces era Néstor Kirchner. Normalmente a los fugitivos internacionales los persigue Interpol Argentina, una división de la Policía Federal que depende del ministerio del Interior. La federal nunca trabaja con la SIDE por culpa de una vieja pelea por espacios de poder. Los agentes de la SIDE declararon que dieron con Lukic siguiendo a su esposa. Si tenían información previa no se lo dijeron al juez, pero cuesta creer que fueron al aeropuerto sólo por una corazonada. Algo habrá sospechado la esposa de Lukic, o el hombre que la fue a buscar al aeropuerto, un tal Roberto Horacio Szwec, porque hicieron “medidas distractivas” y cambiaron dos veces de auto antes de llegar al café de la Recoleta.

El pasaporte que utilizaba Lukic como documento en la Argentina tampoco es un pasaporte común y corriente. Según el examen que le hicieron los peritos de la Corte Suprema, no se trata de un pasaporte falso, sino de uno “genuino y sin alteraciones”. Es decir, el papel y los sellos de seguridad son verdaderos, pero los datos son falsos. En lugar de Milan Lukic figura el nombre “Goran Djukanovic”. Fue emitido por la República de Yugoslavia, que no existe más pero sí existía cuando fue emitido y su validez no había vencido. Además de dólares, euros y plata argentina, Lukic portaba dinero colombiano, dos celulares y un pasaje “Brasil-Yugoslavia” según el expediente judicial, aunque cuando Lukic fue apresado, Yugoslavia había dejado de existir. ¿Cómo consiguió semejante pasaporte?

“Antes los pasaportes no eran lo que son ahora. En los Balcanes era muy común que en casos como el mío, en que estaba siendo buscado por sicarios y peligraba mi vida; fue justo cuando mataron a mi hermano. Pagué 200 euros a gente que hace ese tipo de trabajos y así pude viajar a Argentina.”


Que Lukic diga que no hizo nada de lo que lo acusan y por lo que ha sido condenado no es demasiado sorprendente. Pero no deja de ser llamativo que uno de los jueces que lo juzgó en La Haya le creyó, o al menos le dio el beneficio de la duda. Se trata del jurista francés Jean-Claude Antonetti, ex vicepresidente de la Cámara de Apelaciones de París y ex consejero legal del presidente Jaques Chirac y del primer ministro Nicolas Sarkozy. Antonetti integró el tribunal que revisó la sentencia de Lukic y votó en disidencia que había que rehacer el juicio a Lukic y permitir que la defensa presente nuevos testimonios supuestamente exculpatorios. Al mismo tiempo Antonetti renunció al tribunal de la Haya en señal de protesta por lo que el jurista consideró una injusticia que había perjudicado a Lukic: el presidente de la cámara de apelaciones que había confirmado la sentencia de Lukic también había presidido el tribunal de revisión de sentencia que le negó la posibilidad de reabrir el juicio. A diferencia de los otros ocho magistrados y dos fiscales de la causa, Antonetti afirmó que a él los testigos de Lukic le resultaron creíbles y en cambio los acusadores no lo convencieron. “Consistentemente, Milan Lukic argumentó que no estuvo presente durante la comisión de los delitos y lo probó con testigos de distinto origen. A pesar de su coartada, los jueces de la Cámara de Juzgamiento y de la Cámara de Apelaciones consideraron que los testigos de la coartada no eran creíbles, prefiriendo considerar la credibilidad de los testigos de la fiscalía. El detallado/meticuloso trabajo al que me he dedicado me ha permitido tener extremadamente muy serias dudas acerca de la credibilidad de los testigos de la fiscalía, cuestionándome yo mismo al final a cerca de sus verdaderas motivaciones. Muchos de esos testimonios me suenan incoherentes/inconsistentes, ilógicos y hasta aberrantes. Sin embargo, mis colegas sintieron que les daba credibilidad indubitable,” Antonetti escribió en su fallo-despedida.

–No entiendo: usted reconoce o no que mató a alguien?

–Yo nunca maté a nadie. Pero cuando estas en la guerra, disparas en mitad del bosque y no sabes si tu disparo habrá matado a alguien. Tengo unos 18 amigos musulmanes que atestiguaron que yo durante la guerra ayudé, con aportaciones económicas y en todo lo que pude.

–Pero si usted es un héroe nacionalista y de guerra, nunca mató a nadie? ¿Cómo hizo para ser un héroe, si nunca mató a nadie?

Los serbios, en toda nuestra historia, nunca hemos proclamado como héroes a aquellos que matan a las personas. Mi comportamiento, en ese momento y en todo momento, fue el de un caballero.
–Pero ¿tuvo muchos combates?

Estuve en la guerra solamente durante tres meses. Nunca estuve en medio del combate. Realicé como fuerza especial, incursiones tras las líneas enemigas, para ver dónde estaban los enemigos. Estuve en peligro muchas veces, Siempre estuve tratando de escapar.

–Leí en su libro que usted en alguna ocasión, cruzando las líneas enemigas entró en una mezquita donde estaban durmiendo los combatientes musulmanes. Esa vez, explica, usted acabó matándolos junto a sus compañeros...

Yo estaba en un grupo de fuerzas especiales y cuando traspasabas las líneas enemigas, no te enfrentabas a civiles sino a soldados. En esos momentos disparé, pero no sé si acabé matando a alguien.

–Pero si usted estaba disparando contra personas que estaban dormidas, como no va a saber si mató o no a alguien?

En combate, cuando luchas contra el enemigo, no importa si está dormido o despierto.
–¡Se acuerda si ese día mató?

–Primero neutralizamos a un par de soldados que estaban vigilando la entrada de la mezquita...
–¿Se acuerda si mató a alguien?

Todos dormían. Algunos eran muyahidines de Arabia Saudí. No sé si algún tiro mío mató a alguien.

–¿Usted vio bajar algún cadáver por el río Drina?

No acabo de entender la pregunta. Vi muchos muyahidines en el bosque y los alrededores, pero nunca vi ningún cadáver en el rio Drina. Vi, sin embargo, cómo los musulmanes mataban a ciudadanos serbios en Gora_de, lanzándolos luego al río Drina. Estos cuerpos acababan apilándose en una planta eléctrica.

–¿Vio los cadáveres en la planta eléctrica?

–Algo escuché...

–¿Nunca participó o vio alguna matanza?

En Visegrad, los Aguilas Blancas estaban en el hotel Vilina Vlasellos eran mercenarios e hicieron trabajos sucios. Pero yo nunca vi ni participé en sus acciones.

–Pero usted le dijo a un periodista de un medio serbio en 1998 que usted tenía su comando central en el Vilina Vlas...

Esta es la primera entrevista que concedo y usted el primer periodista con el que hablo. Otros periodistas han llegado a publicar que yo maté a 3000 musulmanes, pero eso y otros comentarios que aparecieron son falsos, porque usted es el primer periodista con el que hablo por voluntad propia.
–¿Nunca fue al Vilina Vlas?

Sí, por supuesto. Estuve en ese hotel muchas veces, antes y después de la guerra. Pero durante la guerra no podía entrar como soldado, porque esos mercenarios lo habían tomado y los soldados oficiales no podíamos entrar.

A pesar de las objeciones de Antonetti, al final, claro, la mayoría prevaleció y quedó firme la sentencia del juez Patrick Robinson. Lukic la escuchó en silencio, mientras sacudía su cabeza en señal de no poder creerlo, sin esposas ni traje rayado, sino de traje y corbata, apretando las cuentas de un rosario cristiano ortodoxo con los dedos de su mano derecha. “Los crímenes que perpetraron Milan y Sredoje Lukic en este caso se caracterizaron por un cruel y despiadado desprecio por la vida humana”, leyó el juez. “En la demasiado larga y desgraciada historia de falta de humanidad de un hombre hacia otro hombre, los incendios de la calle Pionriska y de la calle Bikava deben figurar entre casos los más destacados. A fines del siglo veinte, un siglo marcado por guerra y derramamiento de sangre a una escala colosal, estos hechos horrorosos sobresalen por la crueldad del ataque incendiario, por la evidente premeditación y calculo que los definieron, por la mera brutalidad y crueldad de llevar a un grupo de personas como ganado a la trampa mortal de ser encerrados en las dos casa, impotentes ante el infierno por venir, y por el grado de dolor y sufrimiento inflingido en las víctimas mientas se quemaban vivas.”

El juicio en La Haya fue totalmente falso. No creo en los derechos ni la ley que ahí se defendieron. Ahora, alejado de todo eso, tengo la esperanza de que la auténtica verdad triunfe tarde o temprano.
–¿Qué cree que tiene que pasar para que usted salga de la cárcel?

–Tengo aún esperanza. Sé que durante el conflicto estaba en el lado correcto. Miren ahora todas las desgracias que en Siria, por ejemplo, se asocian con aquellos musulmanes que están sembrando el caos. En su momento luché contra los muyahidines por una buena causa y creo que algún momento toda mi situación actual se resolverá. La verdad aparecerá, como en el caso de Assange (Julian, editor de Wikileaks, asilado en la embajada de Ecuador en Londres). Todos están contra él, yankis, suecos, Inglaterra, pero él al final ganó el proceso (un Grupo de Trabajo de Naciones Unidas dictaminó que está detenido arbitrariamente porque no lo dejan salir de la embajada), porque la verdad está de su lado. Yo creo en Dios y creo que me va a ayudar. No el Dios serbio, sino el cristiano que es Jesús.

Fueron tres horas y media de entrevista en dos días seguidos y buena parte se la llevó la traducción.

–¿Duerme bien de noche?

–Pienso mucho en mi familia y mis hijos, a los que hace mucho que no puedo ver. No tomo nada para dormir en prisión y hago lo que puedo para conciliar el sueño, pese a que no es como cuando uno estaba en libertad.

–¿Y tiene pesadillas?

No tengo pesadillas porque no hice nada. Sueño en cambio a veces, con mujeres lindas argentinas y brasileñas, tomando tragos en las terrazas de la playa.

–Estando en la cárcel debe tener mucho tiempo para pensar...

No tengo tantos ratos para pensar. No siempre estoy solo. Estoy acompañado por un serbio tuerto de 75 años que fue condenado por el tribunal de La Haya. Estamos con en la misma celda, con más personas de Serbia y ahí charlamos de nuestras cosas.
–¿Qué le gusta de Argentina?

–Cuando me detuvieron todavía no tenía abogado la defensora oficial vio que mi esposa y mi hija no tenían a dónde ir y se las llevó a dormir a su casa. Después mis abogados me dieron dinero de su propio bolsillo, la traductora me trajo comida. Esas cosas no se olvidan nunca, de la misma manera que tampoco podré olvidar el cariño y el calor de la gente. Además, a mí en la Argentina me salvaron la vida. Cuando me arrestaron, me encarcelaron y los jueces fueron muy justos conmigo. Durante mi arresto y posteriormente, nunca utilizaron la violencia contra mí. El 6 de septiembre (del 2005) vino un hombre de Serbia que había matado a mi hermano, expresamente a la Argentina para matarme. Yo entonces hablé con mis abogados y ellos a su vez le explicaron al juez la situación. Entonces se ordenó que me cambiaron de celda y me pusieron bajo más seguridad. Ahí me salvaron. Los últimos días de mi estadía en Argentina, un juez bosnio indicó que tenían que mandarme a Sarajevo, ya que el pueblo musulmán quería juzgarme. Yo me puse en contacto con mis abogados, y Diego y María intervinieron en el Ministerio de Relaciones Exteriores, llamaron al embajador en La Haya que puso una nota que hizo que me trasladaran a allí y no a Sarajevo. Ahí me salvaron otra vez. Aunque me arrestaron y atraparon en Argentina, no me importa, yo quiero volver. Yo voy a ayudar al pueblo argentino. Tengo un secreto que quiero que vea la luz y que en ese momento no podía contar. Pero a mi regreso lo contaré.

–¿Qué secreto?

Hay algunos secretos, sí. Los hechos que yo conozco ayudarán a librar Las Malvinas de los ingleses. Sé que va a ser importante lo que vaya a salir de esta entrevista. Sobre todo por lo que tengo que contarle sobre cómo Argentina se va a librar de los ingleses en Malvinas, de forma pacífica. Tengo un secreto por revelar cuando regrese y también cuando el candidato Señor Trump gane las futuras elecciones.

–¿Por qué?

–Tengo mucha fe en Trump, porque él reconoció que el verdadero eje del mal, proviene de los musulmanes, provinente de Arabia y el Norte de Africa. Él me parece una persona respetable, un hombre de negocios con buen criterio. Creo que cuando llegue al poder, podrá iniciar nuevas campañas contra los islamistas y podremos ser liberados.


Publicado en Página 12