Llegó Obama a la Argentina, un día antes del 24 de marzo. Todo un gesto en un momento cargado de simbolismo.
Por un lado justo se cumplen cuarenta años del golpe militar, de un golpe apoyado por la mayoría de los argentinos, dato que suele obviarse en los relatos más apasionados, pero golpe al fin que también fue apoyado por el entonces gobierno de Estados Unidos y su aparato de inteligencia, y que fue inspirado en la doctrina yanki de Seguridad Nacional, en su teoría del dominó, y en el reclamo hegemónico de su “patio trasero” en en el pico de la Guerra Fría.
Por otro lado acaba de asumir la presidencia Mauricio Macri, el mismo que dijera en la embajada estadounidense, según los Wikileaks, que dirige el “primer partido pro-negocios en más de 80 años en condiciones de asumir el poder”. Ese partido acaba de derrotar en las urnas por estrecho margen al Gobierno populista más longevo de la historia argentina. Uno que empezó como fuerte aliado de Estados Unidos hace doce años pero terminó haciendo de Washington su blanco retórico preferido, junto a su supuestos representantes locales: el imperio mediático del Grupo Clarín, la prensa cipaya, los banqueros, las multinacionales, la Sociedad Rural. Se acaba de ir un Gobierno que hizo de los derechos humanos su bandera, en particular las políticas de memoria y reparación por el terrorismo de Estado de la última dictadura militar. Ese gobierno había convertido a los principales organismos de derechos humanos del país en sus aliados políticos más fieles y sus ONGs más beneficiadas. En su lugar acaba de llegar otro gobierno, uno que dice respetar esas políticas pero que no muestra interés alguno en expandirlas, mejorarlas ni tan siquiera continuarlas, sino que se declara prescindente con respecto al pasado y partidario de dejarlo todo en manos de la justicia, como si eso alcanzara, con funcionarios que se muestran incómodos con el manejo del lenguaje de los derechos humanos, que nos recuerdan que dada la historia de la derecha golpista argentina, casi que habría que agradecerles el que no se declaren a favor de revertir los avances logrados durante los gobiernos de los Kirchner y antes el de Alfonsín.
Entonces año, día, lugar y personaje confluyen en un país prácticamente partido al medio por diferencias que tienen mucho que ver con lo que estos poderosos símbolos evocan. ¿Y qué imágenes, qué recuerdos, qué ideales evocan esos símbolos? Cada ciudadano, cada militante, cada usuario de Netflix tendrá su propia interpretación, su propia decodificación de la historia. Porque, admitámoslo, nos guste o no nos guste hay muchos Obama, muchos Estados Unidos, muchos 24 de marzo, muchos Macri y muchos derechos humanos.
Empecemos por el ¿visitante? No, no viene de visita. No es algo social. Es negocios, claro, y sobretodo geopolítica. Trae a la familia y para en Bariloche para no estar en Buenos Aires después de rendir su homenaje en el Parque de la Memoria, porque cualquier otra cosa que haga acá en ese día sería visto como una provocación. O sea, tendrá un descanso obligado y una hermosa vista al lago Nahuel Huapi, pero él no vino de visita, vino a laburar.
Obama no eligió venir a la Argentina un día antes del 24 de marzo. Lo que Obama decidió, gracias a un eficiente trabajo de lobby encabezado por la influyente canciller de Macri, Susana Malcorra, es dedicarle cuatro días en vez de dos a América latina.
En otras palabras, cuando le dejan tiempo las campañas políticas, la economía doméstica, los tiroteos, los atentados terroristas, la crisis migratoria, la batalla política y legal por su reforma del sistema de salud, sus peleas con el Congreso republicano, el arbitraje entre las empresas energéticas y la defensa del medio ambiente, el socorro a las víctimas de catástrofes naturales, accidentes y descuidos varios que provocan muertes masivas, entonces y solo entonces Obama se dedica a mirar al mundo.
Y cuando le dan un respiro sus guerras en Asia y Medio Oriente, la competencia con China, la disputa con Putin, el espionaje a sus aliados europeos, la tensión con Israel, la agenda bilateral con Canadá y el declive económico de Japón, los corchazos norcoreanos y las urgencias del día a día, llámese Ucrania, Egipto, el Congo o donde se le ocurra atacar al Estado Islámico, Al Qaida o Boko Haram, entonces y solo entonces Obama tiene tiempo para fijarse en América latina y el Caribe. Y en esta región sus prioridades claramente están en México y Cuba, seguido a cierta distancia por Brasil, y luego, más abajo, los países “medianos”, grupo que incluye a Chile, Colombia, Argentina y, últimamente, Venezuela.
Sin embargo, que Obama llegue previa al 24 de marzo de pura casualidad, como un apéndice a su histórico viaje a Cuba, no significa que la fecha le caiga mal. Al contrario. A los presidentes estadounidenses les encanta hablar de derechos humanos en sus viajes al exterior, sobre todo a los del partido Demócrata como Obama, y sobre todo en países con altos índices de antipatía hacia Estados Unidos como Rusia, China, Cuba y, en este caso, Argentina. Que el llamado a defender los derechos humanos universales sea una pieza clave de la diplomacia estadounidense puede sonar raro en un país como el nuestro, donde la mirada de los organismos suele estar orientada por las teorías antiimperialistas del siglo pasado. Pero la doctrina de los derechos humanos no se origina en la izquierda ni en los gobiernos totalitarios de esa inclinación, mejor conocidos por su defensa de derechos sociales como la vivienda, la salud y la educación, y no tanto por las garantías individuales, como el derecho a estar protegido de la violencia arbitraria del Estado.
Estos derechos, los derechos humanos, se emparentan con otros derechos de individuos y minorías como los derechos al matrimonio igualitario, al consumo de drogas recreativas, a decidir sobre un aborto, a la privacidad, al habeas corpus, al habeas data. Todos ellos, aunque en la Argentina figuren en la agenda de la izquierda progresista, son derechos que provienen de plexo de derechos liberales, de pensadores anglosajones como Locke y Hume, de estadounidenses como Alexander Hamilton y de admiradores de Estados Unidos como Alexis De Tocqueville. No es casual que de los dos organismos de derechos humanos más importantes en el mundo, uno, Amnistía Internacional, está basado en Londres y el otro, Human Rights Watch, está basado en Nueva York. Mientras tanto, del otro lado de la grieta, Fidel puso en cuarentena a los HIV positivos, enfermos o no, y China y Rusia, aunque reconocieron la universalidad de los derechos humanos al firmar la histórica la declaración de 1948, pugnan por ocupar puestos en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, con otros notorios violadores para bloquear criticas y sanciones por su comportamiento en esa área.
Por un lado justo se cumplen cuarenta años del golpe militar, de un golpe apoyado por la mayoría de los argentinos, dato que suele obviarse en los relatos más apasionados, pero golpe al fin que también fue apoyado por el entonces gobierno de Estados Unidos y su aparato de inteligencia, y que fue inspirado en la doctrina yanki de Seguridad Nacional, en su teoría del dominó, y en el reclamo hegemónico de su “patio trasero” en en el pico de la Guerra Fría.
Por otro lado acaba de asumir la presidencia Mauricio Macri, el mismo que dijera en la embajada estadounidense, según los Wikileaks, que dirige el “primer partido pro-negocios en más de 80 años en condiciones de asumir el poder”. Ese partido acaba de derrotar en las urnas por estrecho margen al Gobierno populista más longevo de la historia argentina. Uno que empezó como fuerte aliado de Estados Unidos hace doce años pero terminó haciendo de Washington su blanco retórico preferido, junto a su supuestos representantes locales: el imperio mediático del Grupo Clarín, la prensa cipaya, los banqueros, las multinacionales, la Sociedad Rural. Se acaba de ir un Gobierno que hizo de los derechos humanos su bandera, en particular las políticas de memoria y reparación por el terrorismo de Estado de la última dictadura militar. Ese gobierno había convertido a los principales organismos de derechos humanos del país en sus aliados políticos más fieles y sus ONGs más beneficiadas. En su lugar acaba de llegar otro gobierno, uno que dice respetar esas políticas pero que no muestra interés alguno en expandirlas, mejorarlas ni tan siquiera continuarlas, sino que se declara prescindente con respecto al pasado y partidario de dejarlo todo en manos de la justicia, como si eso alcanzara, con funcionarios que se muestran incómodos con el manejo del lenguaje de los derechos humanos, que nos recuerdan que dada la historia de la derecha golpista argentina, casi que habría que agradecerles el que no se declaren a favor de revertir los avances logrados durante los gobiernos de los Kirchner y antes el de Alfonsín.
Entonces año, día, lugar y personaje confluyen en un país prácticamente partido al medio por diferencias que tienen mucho que ver con lo que estos poderosos símbolos evocan. ¿Y qué imágenes, qué recuerdos, qué ideales evocan esos símbolos? Cada ciudadano, cada militante, cada usuario de Netflix tendrá su propia interpretación, su propia decodificación de la historia. Porque, admitámoslo, nos guste o no nos guste hay muchos Obama, muchos Estados Unidos, muchos 24 de marzo, muchos Macri y muchos derechos humanos.
Empecemos por el ¿visitante? No, no viene de visita. No es algo social. Es negocios, claro, y sobretodo geopolítica. Trae a la familia y para en Bariloche para no estar en Buenos Aires después de rendir su homenaje en el Parque de la Memoria, porque cualquier otra cosa que haga acá en ese día sería visto como una provocación. O sea, tendrá un descanso obligado y una hermosa vista al lago Nahuel Huapi, pero él no vino de visita, vino a laburar.
Obama no eligió venir a la Argentina un día antes del 24 de marzo. Lo que Obama decidió, gracias a un eficiente trabajo de lobby encabezado por la influyente canciller de Macri, Susana Malcorra, es dedicarle cuatro días en vez de dos a América latina.
En otras palabras, cuando le dejan tiempo las campañas políticas, la economía doméstica, los tiroteos, los atentados terroristas, la crisis migratoria, la batalla política y legal por su reforma del sistema de salud, sus peleas con el Congreso republicano, el arbitraje entre las empresas energéticas y la defensa del medio ambiente, el socorro a las víctimas de catástrofes naturales, accidentes y descuidos varios que provocan muertes masivas, entonces y solo entonces Obama se dedica a mirar al mundo.
Y cuando le dan un respiro sus guerras en Asia y Medio Oriente, la competencia con China, la disputa con Putin, el espionaje a sus aliados europeos, la tensión con Israel, la agenda bilateral con Canadá y el declive económico de Japón, los corchazos norcoreanos y las urgencias del día a día, llámese Ucrania, Egipto, el Congo o donde se le ocurra atacar al Estado Islámico, Al Qaida o Boko Haram, entonces y solo entonces Obama tiene tiempo para fijarse en América latina y el Caribe. Y en esta región sus prioridades claramente están en México y Cuba, seguido a cierta distancia por Brasil, y luego, más abajo, los países “medianos”, grupo que incluye a Chile, Colombia, Argentina y, últimamente, Venezuela.
Sin embargo, que Obama llegue previa al 24 de marzo de pura casualidad, como un apéndice a su histórico viaje a Cuba, no significa que la fecha le caiga mal. Al contrario. A los presidentes estadounidenses les encanta hablar de derechos humanos en sus viajes al exterior, sobre todo a los del partido Demócrata como Obama, y sobre todo en países con altos índices de antipatía hacia Estados Unidos como Rusia, China, Cuba y, en este caso, Argentina. Que el llamado a defender los derechos humanos universales sea una pieza clave de la diplomacia estadounidense puede sonar raro en un país como el nuestro, donde la mirada de los organismos suele estar orientada por las teorías antiimperialistas del siglo pasado. Pero la doctrina de los derechos humanos no se origina en la izquierda ni en los gobiernos totalitarios de esa inclinación, mejor conocidos por su defensa de derechos sociales como la vivienda, la salud y la educación, y no tanto por las garantías individuales, como el derecho a estar protegido de la violencia arbitraria del Estado.
Estos derechos, los derechos humanos, se emparentan con otros derechos de individuos y minorías como los derechos al matrimonio igualitario, al consumo de drogas recreativas, a decidir sobre un aborto, a la privacidad, al habeas corpus, al habeas data. Todos ellos, aunque en la Argentina figuren en la agenda de la izquierda progresista, son derechos que provienen de plexo de derechos liberales, de pensadores anglosajones como Locke y Hume, de estadounidenses como Alexander Hamilton y de admiradores de Estados Unidos como Alexis De Tocqueville. No es casual que de los dos organismos de derechos humanos más importantes en el mundo, uno, Amnistía Internacional, está basado en Londres y el otro, Human Rights Watch, está basado en Nueva York. Mientras tanto, del otro lado de la grieta, Fidel puso en cuarentena a los HIV positivos, enfermos o no, y China y Rusia, aunque reconocieron la universalidad de los derechos humanos al firmar la histórica la declaración de 1948, pugnan por ocupar puestos en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, con otros notorios violadores para bloquear criticas y sanciones por su comportamiento en esa área.
Entonces es tan habitual como criticable que Estados Unidos se abuse de los derechos humanos al utilizarlos como ariete y como escudo en sus relaciones internacionales, gritando cuando el interlocutor no le gusta o no sirve a sus intereses, susurrando o callando cuando se trata de un país amigo, cliente o guardián.Entonces, ¿en el viaje a la Argentina hay que hablar de derechos humanos? “¡Fenómeno! Si nosotros los inventamos,” habrá pensado Obama. ¿Hay que tener un gesto? ¿Desclasificar unos viejos documentos? ¿Pasar una tarde en la mítica Patagonia? “¡No problem! I can do human rights, I can do Bariloche,” habrá dicho el Comandante en Jefe y Nobel de la Paz.
Obama llega a la Argentina para ocupar un espacio en un momento donde media ciudad lo espera con cholulismo porteño y brazos abiertos, pero también donde miles de personas de buen corazón se sienten invadidas y por qué no ultrajadas por el ubicuo despliegue de banderas estadounidenses y caras sonrientes del emperador en un aniversario que creían suyo, en una fecha que a fuerza de lucha, lágrimas y vueltas a la Pirámide de Mayo creían haber conquistado.
Llega con Robert Cox, ex director del Buenos Aires Herald, una de las personas que más vidas salvó durante la dictadura. Llega con las historias de Jimmy Carter, Pat Derian y Tex Harris, que también salvaron vidas y denunciaron a la dictadura argentina desde la Casa Blanca y la embajada en Buenos Aires. Y llega, seguramente bien asesorado, con la voluntad de escuchar a Estela y a las Madres fundadoras, a Vicky Donda y Pérez Esquivel, a Avruj, Cantón y cualquier referente del movimiento que acepte estar en la foto. Pero también llega con los fantasmas Kissinger, Reagan y los Bush, y con el recuerdo de los marines invasores de tierras hermanas en tiempos remotos pero no lo suficiente.
Llega con el Pato Donald de Disney y con el Pato Donald de Dorfman. Llega con la historia de la Ford que hizo desaparecer a sus delegados gremiales y con la historia de la Fundación Ford, que a través del Cels financió prácticamente todos lo juicios contra los represores de la dictadura.
Al país donde Bruce Springsteen le cantó “Born in the USA” a las Madres en el concierto de Amnistía, plena primavera Alfonsinista. Al país donde Kerry Kennedy, la hija de Robert, fue aplaudida en la ESMA por Crisitina y medio gabinete nacional. Al país que encontró un camino hacia la Verdad y la Justicia cuando generaciones enteras de abogados de derechos humanos, siguiendo el ejemplo de Emilio Mignone y Augusto Conte, muchos de ellos educados en Estados Unidos y financiados desde Estados Unidos, adaptaron el modelo de ONG de derechos humanos estadounidense a la particular circunstancia de un país donde gran parte de las víctimas del terrorismo de Estado dieron la vida luchando contra de la democracia burguesa occidental y el imperio estadounidense.
El Obama político-simbólico que llegó hoy representa al Estados Unidos que alentó o al menos protegió a los desaparecedores con el objetivo de imponer su modelo de capitalismo extractivo salvaje y depredador, un modelo que dura hasta hoy, según el pensar y sentir de muchísimos argentinos. Pero también se trata del mismo Obama-símbolo que representa a un Estados Unidos que mostró el camino, que financió y que dio cobijo a los organismos de derechos humanos cuando los mismos argentinos les daban la espalda. Ni hablar del movimiento revolucionario: así como había inspirado a las víctimas a dar la vida por la causa, ninguneó a quienes buscaron verdad y justicia para ellas dentro del sistema democrático por reformistas, cuando no reaccionarios.
En esta contraposición de símbolos, imágenes y paradojas que confluyen acá, en este momento, bienvenido el debate plural y la memoria verdadera, el respeto por el que sufre y la tolerancia para el quiere festejar.
Bienvenido un pueblo que sepa honrar, con repudios, protestas, abrazos y aplausos, cada cual a su manera, el recuerdo de este 24 de marzo tan particular.
Obama llega a la Argentina para ocupar un espacio en un momento donde media ciudad lo espera con cholulismo porteño y brazos abiertos, pero también donde miles de personas de buen corazón se sienten invadidas y por qué no ultrajadas por el ubicuo despliegue de banderas estadounidenses y caras sonrientes del emperador en un aniversario que creían suyo, en una fecha que a fuerza de lucha, lágrimas y vueltas a la Pirámide de Mayo creían haber conquistado.
Llega con Robert Cox, ex director del Buenos Aires Herald, una de las personas que más vidas salvó durante la dictadura. Llega con las historias de Jimmy Carter, Pat Derian y Tex Harris, que también salvaron vidas y denunciaron a la dictadura argentina desde la Casa Blanca y la embajada en Buenos Aires. Y llega, seguramente bien asesorado, con la voluntad de escuchar a Estela y a las Madres fundadoras, a Vicky Donda y Pérez Esquivel, a Avruj, Cantón y cualquier referente del movimiento que acepte estar en la foto. Pero también llega con los fantasmas Kissinger, Reagan y los Bush, y con el recuerdo de los marines invasores de tierras hermanas en tiempos remotos pero no lo suficiente.
Llega con el Pato Donald de Disney y con el Pato Donald de Dorfman. Llega con la historia de la Ford que hizo desaparecer a sus delegados gremiales y con la historia de la Fundación Ford, que a través del Cels financió prácticamente todos lo juicios contra los represores de la dictadura.
Al país donde Bruce Springsteen le cantó “Born in the USA” a las Madres en el concierto de Amnistía, plena primavera Alfonsinista. Al país donde Kerry Kennedy, la hija de Robert, fue aplaudida en la ESMA por Crisitina y medio gabinete nacional. Al país que encontró un camino hacia la Verdad y la Justicia cuando generaciones enteras de abogados de derechos humanos, siguiendo el ejemplo de Emilio Mignone y Augusto Conte, muchos de ellos educados en Estados Unidos y financiados desde Estados Unidos, adaptaron el modelo de ONG de derechos humanos estadounidense a la particular circunstancia de un país donde gran parte de las víctimas del terrorismo de Estado dieron la vida luchando contra de la democracia burguesa occidental y el imperio estadounidense.
El Obama político-simbólico que llegó hoy representa al Estados Unidos que alentó o al menos protegió a los desaparecedores con el objetivo de imponer su modelo de capitalismo extractivo salvaje y depredador, un modelo que dura hasta hoy, según el pensar y sentir de muchísimos argentinos. Pero también se trata del mismo Obama-símbolo que representa a un Estados Unidos que mostró el camino, que financió y que dio cobijo a los organismos de derechos humanos cuando los mismos argentinos les daban la espalda. Ni hablar del movimiento revolucionario: así como había inspirado a las víctimas a dar la vida por la causa, ninguneó a quienes buscaron verdad y justicia para ellas dentro del sistema democrático por reformistas, cuando no reaccionarios.
En esta contraposición de símbolos, imágenes y paradojas que confluyen acá, en este momento, bienvenido el debate plural y la memoria verdadera, el respeto por el que sufre y la tolerancia para el quiere festejar.
Bienvenido un pueblo que sepa honrar, con repudios, protestas, abrazos y aplausos, cada cual a su manera, el recuerdo de este 24 de marzo tan particular.
Publicado en Emergente/Medium.com