Navidad en la embajada de Ecuador con Julian Assange, que lleva más de tres años de encierro en ese lugar. Navidad discreta, cálida, con risas pero sin algarabía, alcohol pero sin excesos, amigos y familia pero no todos, ni siquiera muchos. Nochebuena con su padre John, arquitecto exitoso y australiano como su hijo. También están un documentalista australiano, con un cineasta greco-francés, con una abogada de derechos humanos guatemalteca. Y este cronista que pidió y obtuvo permiso para venir, estar y contar la historia, la de cómo pasa Navidad un hombre que lleva tres años casi sin ver la luz del día ni respirar aire fresco ni sentir una brisa ni alcanzar con su mirada la línea que forma el horizonte. Salmón relleno con mascarpone y verduras, cocinado por la abogada con la receta que la madre le dicta por teléfono desde el otro lado del Atlántico. De postre, tarta de castaña comprada en el supermercado. Espumante para brindar “para que esta sea la última Navidad que pases acá”, le propone la abogada. Vinos argentinos provistos por la ahora ex embajadora Alicia Castro, por lejos la diplomática que más lo apoyó y acompañó durante su encierro, y a quien él ya considera una buena amiga. Alguien descorcha el vino preferido de Assange, el Alta Vista malbec, mientras el fundador de Wikileaks explica su preferencia. “Es que Alta Vista era el nombre del servidor que luego se convirtió en Google”, dice, en referencia a uno de sus enemigos íntimos de Silicon Valley. Después de dos días de jogging y remera negra con estampado desteñido, Assange viste lo que sería para él un uniforme de gala: camisa escocesa de franela azul y pantalón de corderoy gris, ambos sin planchar, y borceguíes militares.
La charla, como suele suceder con Assange, deriva en una vuelta al mundo. Todos participan, Assange habla mucho, le encanta hablar, pero también sabe escuchar. China, Estados Unidos, Xi, Trump, Francia, Bélgica, Hollande, Grecia, Tsipras, Varoufakis, Lehman Brothers, Turquía, Erdogan, Chechenia, Kodorov, Rusia, Putin, Ecuador, Correa, Evo Morales, Bolivia, Guatemala, Australia, Escocia, Salmon-Sturgeon, Hermanos Muslmanes, Qatar, Estado Islámico, Libia, Bengazi, Hillary, Arabia Saudita, Naciones Unidas, Ban Ki-moon. El documentalista australiano cuenta que está filmando en el sudeste asiático un documental acerca de cómo la propaganda estadounidense busca rodear a China al mismo tiempo que la presencia militar estadounidense crece en esa región. El cineasta dice que sus próximos proyectos incluyen una película sobre alquiler de extranjeros en China (“una alegoría sobre la decadencia de un imperio y el surgimiento de otro”) y filmar en Chechenia una danza desarrollada por un gurú sufí que se combina con las creencias islámicas de la región. La abogada dice que le sorprende la difusión que tiene la violencia en México y Estados Unidos y aun las ejecuciones del Estado Islámico en comparación con Guatemala, ya que en su país las decapitaciones están a la orden del día, los cráneos son rebanados para dejar expuesta la masa cerebral y en un caso las cabezas de los decapitados fueron alineadas en la entrada de una Legislatura a modo de protesta para impedir que la asamblea se ponga a sesionar. Pero nada de eso alcanza para que Guatemala atraiga la atención internacional, se queja la abogada. Los comensales también se interesan por Argentina, por el triunfo de Macri y qué va a pasar. En un momento la charla deriva en el fiscal Nisman, caso que tanto Assange como la abogada han seguido con interés. “Pero tú no te vas a suicidar”, le dice ella, sólo mitad en broma, en un único momento de ligera tensión, que el cineasta rompe ofreciendo foie gras que había traído de Francia el día anterior. Nadie abre regalos pero los invitados reparten “crackers” una especie de cotillón tradicional inglés. La abogada trajo un tocadiscos y unos discos de vinilo para alegrar la situación pero no hay clima de baile ni de canto. Después de medio rock bajan el volumen a casi un zumbido para no ahogar la conversación.
Assange está asilado en esta embajada, en uno de los barrios más coquetos de Londres, a metros de la supertienda Harrods, desde que violó su libertad condicional para internarse en la sede diplomática, buscado pero no acusado por la Justicia sueca por presuntos crímenes de naturaleza sexual. A más de cuatro años desde que los hechos ocurrieron cuesta creer cómo esto empezó: según la extensa documentación del caso que este cronista revisó, a Assange lo investigaron por “asalto sexual” porque una mujer declaró que él no se dio cuenta que su profiláctico se había roto durante un acto de sexo consentido, y lo siguen investigando por “violación menor” porque otra mujer declaró que después de tener sexo con él una mañana y la noche anterior, ambos se durmieron por un rato, luego él despertó esa misma mañana y volvió a tener sexo con ella mientras la mujer estaba, según ella, “semidormida”, y a los pocos minutos la mujer despertó del todo y a partir de ese momento, tuvieron sexo consentido. (Assange dice que siempre estuvo despierta.) El presunto cargo de “asalto sexual” basado en el testimonio de la primera mujer ya prescribió, pero las autoridades suecas siguen investigando si el momento en el que la segunda mujer dijo que estaba “semidormida” constituye una violación sin uso de fuerza, aunque la segunda mujer nunca lo acusó de hacer algo en contra de su voluntad, mucho menos de violarla. Tampoco la primera. Sin embargo, preocupada porque no había usado profiláctico con Assange, la segunda mujer llamó a la primera, que era su amiga, y ahí ambas se enteraron que se habían acostado con el mismo hombre casi al mismo tiempo. Entonces decidieron presentarse en una estación de policía, no para denunciarlo a Assange, sino para obligarlo a hacerse un examen de HIV.
La traición que las mujeres habrían sentido al enterarse que habían tenido al mismo amante, el abogado mediático que tomó su caso, una fiscal ambiciosa, una política de estado feminista, el alineamiento sueco con Estados Unidos y la falta de criterio del propio Assange –que hasta el día de hoy sostiene que se acostó con ellas por razones de seguridad, para saber que podía confiar en ellas en un momento en que estaba clandestino, viviendo en casa de desconocidos, porque acababa de publicar los despachos de la guerra de Irak y por eso Estados Unidos lo perseguía–, entre otras vueltas de tuerca entre sutiles y complicadas sobre la historia y la personalidad de las dos mujeres, que Assange explica en detalle, junto con consideraciones acerca del sistema judicial, la cultura, la política y la historia de Suecia, durante una conversación que dura más de seis horas dos días antes de Navidad redondean un panorama tragicómico. Este podría empezar a aclararse en los próximos tres meses debido a un acuerdo entre Suecia y Ecuador para que Assange sea entrevistado en la embajada y la fiscal decida finalmente si lo acusa o no. Assange parece seguro de que lo van a acusar: “Para la fiscal sería un papelón si después de todo este tiempo no lo hace. Este es el caso más mediático de la historia sueca. Si te fijás en cualquier buscador de internet, mi nombre aparece junto al de Suecia más veces que firmas emblemáticas como Ikea o Saab, o personajes famosos como Olof Palme e Ingmar Bergman. mi caso es la carta de presentación más fuerte que tiene Suecia ante el mundo. No pueden dejarlo caer así no más”. Pero Assange también está convencido de que la justicia sueca eventualmente terminaría absolviéndolo, sino de inmediato en instancias superiores. El problema no es el caso sueco, dice Assange. Por eso es muy poco lo que ha dicho sobre el tema en público. “No me sirve hablar de eso. El tema no es si soy o no un violador, sino por qué me persigue Estados Unidos.” Según la respuesta a un pedido de información pública de una periodista italiana, Suecia reconoció conversaciones con el Departamento de Justicia estadounidense sobre Assange, y Assange está convencido de que esas conversaciones giraron en torno a su eventual extradición a la superpotencia norteamericana. Allí en el estado de Virgina, muy cerca de la capital, un gran jurado lo investiga y posiblemente lo ha acusado de espionaje, conspiración y robo de documentación estatal. Las acusaciones de los grandes jurados son secretas (“selladas”) hasta que el fiscal decide darlas a conocer, sin límite de tiempo, y es un crimen federal hablar de las acusaciones “selladas” hasta ese momento. Los grandes jurados pueden ordenar allanamientos y citar testigos sin la orden de un juez, y algunos de los testigos citados y los abogados de Assange en Estados Unidos le han hecho saber que la acusación del gran jurado es inminente, si es que todavía no ha ocurrido. Como Suecia se niega a garantizarle que no será extraditado a Estados Unidos, pese a que su legislación prohíbe extradiciones por presuntos crímenes políticos, Assange se niega a viajar a Suecia aunque se le vaya la vida en la embajada. El cargo de “violación menor” expira en el 2020.
Durante estos tres años de encierro, más allá del tiempo que le dedican a cuestiones judiciales y tecnológicas por los embates que regularmente reciben en ambos frentes, tanto Assange como Wikileaks se han mantenido activos en su metier, que es la publicación de documentos secretos. Desde los correos electrónicos de funcionarios sirios incluyendo a Bashar al Assad, hasta los del jefe de la CIA, John Brennan, pasando por las denuncias de un submarinista nuclear británico y sobre todo las cláusulas secretas de tres tratados de comercio y servicios que Estados Unidos impulsa con decenas de países del mundo excluyendo a los Brics y, por caso, a la Argentina: TIPP, TPP, y TISA, con el propósito, según Assange, de aislar a las potencias emergentes y especialmente a China, y reemplazar a la Organización Mundial del Comercio con un marco jurídico, aduanero y de Internet hecho a la medida de los intereses estadounidenses, una especie de jurisdicción universal a la inversa, donde un solo país ejerce el poder y los demás obedecen, facilitando extradiciones a Estados Unidos por crímenes cometidos en el extranjero, y eliminando obstáculos para el desembarco indiscriminado de empresas estadounidenses en los países firmantes.
Aunque en la semana de Navidad las agendas se alivianan y el trabajo disminuye, permitiendo largas visitas con sus afectos, no deja de sorprender la voracidad intelectual y la capacidad de atención de Assange, a pesar de su evidente deterioro físico, mental, y psicológico. Dos días antes de Navidad mantuvo una conversación que duró diez horas con este cronista y su padre, un hombre muy culto que conoce a Menem (“fue terrible, no?”) y pregunta por Cristina, discurriendo mayormente sobre geopolítica pero también sobre ciencia, ética y biología genética, con Assange llevando el peso de la charla interrumpido apenas por alguna pregunta o el comentario ocasional de sus interlocutores. En los últimos meses han sido interlocutores habituales suyos el filósofo esloveno Slavov Zizek y el economista griego Yanis Varoufakis. con ellos, Assange está trabajando en la creación de un tanque de pensamiento progresista, que busca combinar ideas vanguardistas con los últimos adelantos tecnológicos. “Yo no lo pienso como algo de izquierda, aunque la prensa lo describe de esa manera, mi idea es hacer algo abierto a distintas ideologías.”
Pero el deterioro es evidente. Apenas puede mover su hombro derecho debido a dolor que le surgió y los doctores que lo visitaron no han podido diagnosticar, en parte porque las autoridades inglesas no le permiten trasladarse a un centro médico para hacerse una resonancia magnética o una tomografía computada. Tiene un diente partido por algo duro que mordió en su comida durante una breve estadía en una cárcel británica. Necesita una extracción o por lo menos un tratamiento de conducto pero su pedido de visitar un consultorio odontológico también ha sido rechazado. Para aliviar su dolor toma pastillas todos los días. Durante un tiempo sus médicos le daban morfina pero meses atrás le cambiaron la droga, dice, sin que el cambio le produjera un síndrome de abstinencia. Cuenta que pasó dos años tratando de conseguir un médico que lo tratara, más allá de la visita informal, porque varios doctores británicos y alemanes que había consultado se negaron porque sus seguros no cubrían la jurisdicción ecuatoriana y porque tenían miedo que su asociación con Assange podría perjudicarlos a nivel profesional.
A estos achaques físicos potencialmente peligrosos se suman una palidez cada vez más notoria por falta de sol y una evidente carencia de tonicidad muscular por falta de ejercicio. Como la embajada está ubicada en una planta baja, hace más de tres años que no sube una escalera. Antes de lastimarse el hombro practicaba boxeo con un voluntario de Wikileaks que se gana la vida trabajando de guardaespaldas, pero desde entonces la única actividad que realiza es caminar y trotar en una cinta. Cosa que hace cada vez menos porque la cinta le refuerza la sensación de encierro porque no va a ninguna parte y los objetos no se agrandan a medida que avanza en su andar y se acerca a ellos, como ocurriría si estuviera en libertad. Cerca de él cuentan que Assange ha perdido toda noción de tiempo y espacio, pasa horas sin darse cuenta que la tarde se convierte en noche y pese a su sedentarismo no engorda porque rara vez se acuerda de comer hasta que alguien de su equipo le avisa. Como ha recibido múltiples amenazas de muerte, hasta amenazas de estadounidenses locos que mandan planitos explicando cómo llegar desde el aeropuerto hasta la embajada para matarlo, Assange rara vez se acerca de día a las ventanas. De noche sí, le gusta sacar fotos con su cámara con teleobjetivo y sensor de luz. Busca y dispara sobre las cámaras de seguridad emplazadas a su alrededor y a las camionetas donde se esconden los espías que lo vigilan. Después amplía las imágenes y consulta manuales para constatar la sofisticación de los equipos que usan para monitorear sus movimientos. Por ejemplo, una de las cámaras que fotografió en estos días y que mostró a sus invitados en Nochebuena tenía un mini limpiaparabrisas para los días de lluvia.
A un prisionero de máxima seguridad le asiste el derecho de al menos una hora de ejercicio al aire libre por día. Pero cuando Assange pidió al gobierno británico que le dejasen ejercitarse durante ese tiempo en una terraza contigua a la embajada, el pedido, como todos los demás, volvió rechazado. En estos tres años Assange ha salido cuatro veces al balcón, sus únicos contactos con el cielo y el viento. Dos veces lo hizo para leer declaraciones acerca de su situación judicial, otra para hacerse fotografiar junto al lingüista estadounidense Noam Chomsky y la cuarta para hacerse retratar junto al líder por los derechos civiles norteamericano Jesse Jackson. “Esa vez sí que desafié la muerte, sin darme cuenta” comenta Assange. “Después me enteré que en otro tiempo, en otro balcón, Jackson estaba parado junto a Martin Luther King cuando King fue asesinado.” Cuando sale al balcón, lo primero que hace es fijarse la forma en que están colocados los ladrillos en las paredes de ladrillo expuesto de los edificios que lo rodean. Lo que busca es un patrón diferente de colocación al que puede observar desde su ventana, solo para ver algo diferente. Aunque todavía puede leer sin usar anteojos cuenta que le cuesta mucho medir distancias por la incapacidad que tiene de mirar a lo lejos. “Siento que estoy en una obra de teatro, con gente que entra y sale del escenario mientras yo sigo acá, viéndolos pasar”, comenta con tono sombrío. Para iluminar la sala de conferencias donde recibe a sus invitados, Assange se vale de una poderosa luz de esas que usan los fotógrafos profesionales en sus sesiones con modelos. Dice que es la luz que más le gusta por replicar en parte la gama de colores de la luz del sol, “salvo por el azul”.
Cerca de él cuentan que Assange no quiere hablar de sus problemas de salud para no mostrarse derrotado ante sus adversarios, pero sus colaboradores están preocupados. La embajada tiene un total de doscientos metros cuadrados y aunque Assange hoy puede moverse dentro de ella con cierta libertad, no siempre fue así. Cuentan que el embajador anterior no lo quería y que durante un año estuvo confinado a su habitación de cinco por cinco metros, donde solo cabe un colchón para uno y un placard para ropa, más su espacio de trabajo de treinta metros cuadrados abarrotado de computadoras y bibliotecas que debe compartir con su equipo, más un baño sin ducha y una cocina muy apretada. Ahora tiene un poco más de espacio y una buena relación con los guardias de seguridad y el personal de la embajada, pero hasta el visitante ocasional no pude evitar la sensación de encierro que produce el lugar.
Para la comida del día de Navidad Assange repite el vestuario del día anterior para recibir a su padre, a la abogada guatemalteca, a este cronista, a un destacado periodista de investigación estadounidense que lleva 20 años afincado en Londres, y a su esposa, una productora de documentales y activista social, que trae pavo, salsa, papas, zanahorias y budín inglés preparados por su hija. El matrimonio acaba de llegar de un viaje de tres semanas por India. Esta vez la conversación gira en torno de la economía mundial, con Marx y Picketty como grandes protagonistas, las últimas tendencias en hackeo, lo errores políticos del líder laborista Jeremy Corbyn, y la maleabilidad de ciertos periodistas formados en “Oxbridge”, mezcla de Oxford y Cambridge, la cuna intelectual de la elite británica. Ya no hay música aunque el tocadiscos sigue ahí, y el clima es un poco más sombrío, como si se pudiera palpitar el final de la fiesta y el regreso a una rutina difícil de soportar. Pero a los postres la cara de Assange estalla en una sonrisa cuando la productora venida de India le acerca el teléfono celular: del otro lado de la línea está Alicia Castro. “¡Alisha! ¡Feliz Navidad! Estamos tomando tus vinos...¿Cómo?” Se acerca a una ventana para escuchar mejor. Después de un par de minutos corta y vuelve con las noticias: “Está bien, pero un poco triste con el cambio de presidente. Dice que Macri está gobernando por decreto.” Después de colgar con la ex embajadora Assange va a la cocina y vuelve con una tetera llena con dos saquitos colgando y sirve las cinco tazas. Después de un rato más de charla los invitados se retiran y Assange cuenta triste que pudo hablar con su madre y sus hijos en Francia y Australia, “pero es muy poco lo que se puede hablar en un teléfono seguro”. Dice que no está contento ni mucho menos feliz a pesar de los lindos momentos que acaba de pasar, pero tampoco amargado, ni deprimido, ni resignado. Después de pensarlo concluye, en forma de pregunta porque no está convencido, “¿tal vez un poco enojado?”
Tres días antes, en el primer encuentro de este viaje, después de saludar, lo primero que había preguntado es “¿Qué pasa con Macri?” Quería saber todo del nuevo presidente argentino. Había leído los cables de Wikileaks que lo mencionaban y se había detenido en uno que decía que había consultado con los gobiernos de Israel y Estados Unidos el nombre de su primer jefe de la policía metropolitana. Sin embargo, no pierde las esperanzas de entablar una buena relación con el nuevo gobierno argentino. Dijo que una de las principales razones por las que aceptó que este cronista argentino contara su Navidad en un diario argentino es porque le gustaría que Macri y su equipo conozcan mejor su situación y eventualmente lo apoyen en foros internacionales, como el gobierno argentino lo ha venido haciendo durante el mandato de Cristina Kirchner. Es que la situación judicial con Estados Unidos pinta fulera, dice Assange y mucho más si, como todo parece, en noviembre Hillary Clinton gana las elecciones. La ex primera dama tiene un encono personal con él porque Wikileaks publicó los cables del Departamento de Estado cuando ella estaba a cargo de esa repartición y después publicó los correos electrónicos de Hillary, donde habla de temas de Estado en su e-mail personal. Aunque a esta altura queda claro que no lo van a procesar por sus publicaciones –si así fuera este cronista y este diario también estarían en problemas– Assange se habría enterado que el presunto autor de la filtraciones de los documentos diplomáticos y militares estadounidenses, la ex soldado primera clase Chelsea Manning, condenada a 35 años de prisión, después de meses de prisiones y un trato que el relator de la ONU para la tortura Juan Méndez describió como “condiciones similares a la tortura” Manning habría confesado que antes de la filtración se había comunicado “con alguien que dijo ser Assange” y que investigadores habrían descubierto chat borrados entre Manning y una persona “que dijo ser Assange”, quien le habría aconsejado al soldado cómo sacar los documentos que publicaría Wikileaks y cómo cubrir sus huellas después de sacar esos documentos. Preguntado sobre si a él le consta que esos chats existieron, Assange sonríe y contesta: “no puedo comentar sobre eso”.
Por otro lado, el mismo Assange tiene esperanzas de recibir buenas noticias del Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias de Naciones Unidas que estudia su caso. Si el el Grupo arriba a un dictamen que indica que Assange está siendo arbitrariamente detenido por Gran Bretaña y Suecia en la embajada, estaría basado en el hecho de que Gran Bretaña y Suecia no le reconocen el asilo y por lo tanto no le permiten un salvoconducto para viajar a Ecuador, mientras que su encierro ha superado por más de un año el máximo tiempo de encarcelamiento que le correspondería en Suecia si fuera condenado por el crimen de violación menor por el que es investigado pero aun no ha sido acusado. Según entiende Assange, este dictamen que podría destrabar su situación podría demorarse por presiones de Suecia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Por eso se encuentra en busca de apoyo internacional y en este escenario Latinoamérica en general y Argentina en particular, siendo este un referente internacional en el tema de los derechos humanos, bien podrían interesarse en su caso y acaso iniciar gestiones para reforzar la autonomía del Grupo de Trabajo.
Podrá sonar ingenuo imaginarse algún apoyo de un flamante gobierno que ha hecho saber sus deseos de alinearse detrás de Estados Unidos, para el hombre que ha revelado los secretos más vergonzosos y comprometedores que jamás se hayan conocido de ese país, con la posible excepción de los que más tarde filtraría Edward Snowden siguiendo su ejemplo. Casi casi sería un milagro. Milagro de Navidad, si es que existen.
La charla, como suele suceder con Assange, deriva en una vuelta al mundo. Todos participan, Assange habla mucho, le encanta hablar, pero también sabe escuchar. China, Estados Unidos, Xi, Trump, Francia, Bélgica, Hollande, Grecia, Tsipras, Varoufakis, Lehman Brothers, Turquía, Erdogan, Chechenia, Kodorov, Rusia, Putin, Ecuador, Correa, Evo Morales, Bolivia, Guatemala, Australia, Escocia, Salmon-Sturgeon, Hermanos Muslmanes, Qatar, Estado Islámico, Libia, Bengazi, Hillary, Arabia Saudita, Naciones Unidas, Ban Ki-moon. El documentalista australiano cuenta que está filmando en el sudeste asiático un documental acerca de cómo la propaganda estadounidense busca rodear a China al mismo tiempo que la presencia militar estadounidense crece en esa región. El cineasta dice que sus próximos proyectos incluyen una película sobre alquiler de extranjeros en China (“una alegoría sobre la decadencia de un imperio y el surgimiento de otro”) y filmar en Chechenia una danza desarrollada por un gurú sufí que se combina con las creencias islámicas de la región. La abogada dice que le sorprende la difusión que tiene la violencia en México y Estados Unidos y aun las ejecuciones del Estado Islámico en comparación con Guatemala, ya que en su país las decapitaciones están a la orden del día, los cráneos son rebanados para dejar expuesta la masa cerebral y en un caso las cabezas de los decapitados fueron alineadas en la entrada de una Legislatura a modo de protesta para impedir que la asamblea se ponga a sesionar. Pero nada de eso alcanza para que Guatemala atraiga la atención internacional, se queja la abogada. Los comensales también se interesan por Argentina, por el triunfo de Macri y qué va a pasar. En un momento la charla deriva en el fiscal Nisman, caso que tanto Assange como la abogada han seguido con interés. “Pero tú no te vas a suicidar”, le dice ella, sólo mitad en broma, en un único momento de ligera tensión, que el cineasta rompe ofreciendo foie gras que había traído de Francia el día anterior. Nadie abre regalos pero los invitados reparten “crackers” una especie de cotillón tradicional inglés. La abogada trajo un tocadiscos y unos discos de vinilo para alegrar la situación pero no hay clima de baile ni de canto. Después de medio rock bajan el volumen a casi un zumbido para no ahogar la conversación.
Assange está asilado en esta embajada, en uno de los barrios más coquetos de Londres, a metros de la supertienda Harrods, desde que violó su libertad condicional para internarse en la sede diplomática, buscado pero no acusado por la Justicia sueca por presuntos crímenes de naturaleza sexual. A más de cuatro años desde que los hechos ocurrieron cuesta creer cómo esto empezó: según la extensa documentación del caso que este cronista revisó, a Assange lo investigaron por “asalto sexual” porque una mujer declaró que él no se dio cuenta que su profiláctico se había roto durante un acto de sexo consentido, y lo siguen investigando por “violación menor” porque otra mujer declaró que después de tener sexo con él una mañana y la noche anterior, ambos se durmieron por un rato, luego él despertó esa misma mañana y volvió a tener sexo con ella mientras la mujer estaba, según ella, “semidormida”, y a los pocos minutos la mujer despertó del todo y a partir de ese momento, tuvieron sexo consentido. (Assange dice que siempre estuvo despierta.) El presunto cargo de “asalto sexual” basado en el testimonio de la primera mujer ya prescribió, pero las autoridades suecas siguen investigando si el momento en el que la segunda mujer dijo que estaba “semidormida” constituye una violación sin uso de fuerza, aunque la segunda mujer nunca lo acusó de hacer algo en contra de su voluntad, mucho menos de violarla. Tampoco la primera. Sin embargo, preocupada porque no había usado profiláctico con Assange, la segunda mujer llamó a la primera, que era su amiga, y ahí ambas se enteraron que se habían acostado con el mismo hombre casi al mismo tiempo. Entonces decidieron presentarse en una estación de policía, no para denunciarlo a Assange, sino para obligarlo a hacerse un examen de HIV.
La traición que las mujeres habrían sentido al enterarse que habían tenido al mismo amante, el abogado mediático que tomó su caso, una fiscal ambiciosa, una política de estado feminista, el alineamiento sueco con Estados Unidos y la falta de criterio del propio Assange –que hasta el día de hoy sostiene que se acostó con ellas por razones de seguridad, para saber que podía confiar en ellas en un momento en que estaba clandestino, viviendo en casa de desconocidos, porque acababa de publicar los despachos de la guerra de Irak y por eso Estados Unidos lo perseguía–, entre otras vueltas de tuerca entre sutiles y complicadas sobre la historia y la personalidad de las dos mujeres, que Assange explica en detalle, junto con consideraciones acerca del sistema judicial, la cultura, la política y la historia de Suecia, durante una conversación que dura más de seis horas dos días antes de Navidad redondean un panorama tragicómico. Este podría empezar a aclararse en los próximos tres meses debido a un acuerdo entre Suecia y Ecuador para que Assange sea entrevistado en la embajada y la fiscal decida finalmente si lo acusa o no. Assange parece seguro de que lo van a acusar: “Para la fiscal sería un papelón si después de todo este tiempo no lo hace. Este es el caso más mediático de la historia sueca. Si te fijás en cualquier buscador de internet, mi nombre aparece junto al de Suecia más veces que firmas emblemáticas como Ikea o Saab, o personajes famosos como Olof Palme e Ingmar Bergman. mi caso es la carta de presentación más fuerte que tiene Suecia ante el mundo. No pueden dejarlo caer así no más”. Pero Assange también está convencido de que la justicia sueca eventualmente terminaría absolviéndolo, sino de inmediato en instancias superiores. El problema no es el caso sueco, dice Assange. Por eso es muy poco lo que ha dicho sobre el tema en público. “No me sirve hablar de eso. El tema no es si soy o no un violador, sino por qué me persigue Estados Unidos.” Según la respuesta a un pedido de información pública de una periodista italiana, Suecia reconoció conversaciones con el Departamento de Justicia estadounidense sobre Assange, y Assange está convencido de que esas conversaciones giraron en torno a su eventual extradición a la superpotencia norteamericana. Allí en el estado de Virgina, muy cerca de la capital, un gran jurado lo investiga y posiblemente lo ha acusado de espionaje, conspiración y robo de documentación estatal. Las acusaciones de los grandes jurados son secretas (“selladas”) hasta que el fiscal decide darlas a conocer, sin límite de tiempo, y es un crimen federal hablar de las acusaciones “selladas” hasta ese momento. Los grandes jurados pueden ordenar allanamientos y citar testigos sin la orden de un juez, y algunos de los testigos citados y los abogados de Assange en Estados Unidos le han hecho saber que la acusación del gran jurado es inminente, si es que todavía no ha ocurrido. Como Suecia se niega a garantizarle que no será extraditado a Estados Unidos, pese a que su legislación prohíbe extradiciones por presuntos crímenes políticos, Assange se niega a viajar a Suecia aunque se le vaya la vida en la embajada. El cargo de “violación menor” expira en el 2020.
Durante estos tres años de encierro, más allá del tiempo que le dedican a cuestiones judiciales y tecnológicas por los embates que regularmente reciben en ambos frentes, tanto Assange como Wikileaks se han mantenido activos en su metier, que es la publicación de documentos secretos. Desde los correos electrónicos de funcionarios sirios incluyendo a Bashar al Assad, hasta los del jefe de la CIA, John Brennan, pasando por las denuncias de un submarinista nuclear británico y sobre todo las cláusulas secretas de tres tratados de comercio y servicios que Estados Unidos impulsa con decenas de países del mundo excluyendo a los Brics y, por caso, a la Argentina: TIPP, TPP, y TISA, con el propósito, según Assange, de aislar a las potencias emergentes y especialmente a China, y reemplazar a la Organización Mundial del Comercio con un marco jurídico, aduanero y de Internet hecho a la medida de los intereses estadounidenses, una especie de jurisdicción universal a la inversa, donde un solo país ejerce el poder y los demás obedecen, facilitando extradiciones a Estados Unidos por crímenes cometidos en el extranjero, y eliminando obstáculos para el desembarco indiscriminado de empresas estadounidenses en los países firmantes.
Aunque en la semana de Navidad las agendas se alivianan y el trabajo disminuye, permitiendo largas visitas con sus afectos, no deja de sorprender la voracidad intelectual y la capacidad de atención de Assange, a pesar de su evidente deterioro físico, mental, y psicológico. Dos días antes de Navidad mantuvo una conversación que duró diez horas con este cronista y su padre, un hombre muy culto que conoce a Menem (“fue terrible, no?”) y pregunta por Cristina, discurriendo mayormente sobre geopolítica pero también sobre ciencia, ética y biología genética, con Assange llevando el peso de la charla interrumpido apenas por alguna pregunta o el comentario ocasional de sus interlocutores. En los últimos meses han sido interlocutores habituales suyos el filósofo esloveno Slavov Zizek y el economista griego Yanis Varoufakis. con ellos, Assange está trabajando en la creación de un tanque de pensamiento progresista, que busca combinar ideas vanguardistas con los últimos adelantos tecnológicos. “Yo no lo pienso como algo de izquierda, aunque la prensa lo describe de esa manera, mi idea es hacer algo abierto a distintas ideologías.”
Pero el deterioro es evidente. Apenas puede mover su hombro derecho debido a dolor que le surgió y los doctores que lo visitaron no han podido diagnosticar, en parte porque las autoridades inglesas no le permiten trasladarse a un centro médico para hacerse una resonancia magnética o una tomografía computada. Tiene un diente partido por algo duro que mordió en su comida durante una breve estadía en una cárcel británica. Necesita una extracción o por lo menos un tratamiento de conducto pero su pedido de visitar un consultorio odontológico también ha sido rechazado. Para aliviar su dolor toma pastillas todos los días. Durante un tiempo sus médicos le daban morfina pero meses atrás le cambiaron la droga, dice, sin que el cambio le produjera un síndrome de abstinencia. Cuenta que pasó dos años tratando de conseguir un médico que lo tratara, más allá de la visita informal, porque varios doctores británicos y alemanes que había consultado se negaron porque sus seguros no cubrían la jurisdicción ecuatoriana y porque tenían miedo que su asociación con Assange podría perjudicarlos a nivel profesional.
A estos achaques físicos potencialmente peligrosos se suman una palidez cada vez más notoria por falta de sol y una evidente carencia de tonicidad muscular por falta de ejercicio. Como la embajada está ubicada en una planta baja, hace más de tres años que no sube una escalera. Antes de lastimarse el hombro practicaba boxeo con un voluntario de Wikileaks que se gana la vida trabajando de guardaespaldas, pero desde entonces la única actividad que realiza es caminar y trotar en una cinta. Cosa que hace cada vez menos porque la cinta le refuerza la sensación de encierro porque no va a ninguna parte y los objetos no se agrandan a medida que avanza en su andar y se acerca a ellos, como ocurriría si estuviera en libertad. Cerca de él cuentan que Assange ha perdido toda noción de tiempo y espacio, pasa horas sin darse cuenta que la tarde se convierte en noche y pese a su sedentarismo no engorda porque rara vez se acuerda de comer hasta que alguien de su equipo le avisa. Como ha recibido múltiples amenazas de muerte, hasta amenazas de estadounidenses locos que mandan planitos explicando cómo llegar desde el aeropuerto hasta la embajada para matarlo, Assange rara vez se acerca de día a las ventanas. De noche sí, le gusta sacar fotos con su cámara con teleobjetivo y sensor de luz. Busca y dispara sobre las cámaras de seguridad emplazadas a su alrededor y a las camionetas donde se esconden los espías que lo vigilan. Después amplía las imágenes y consulta manuales para constatar la sofisticación de los equipos que usan para monitorear sus movimientos. Por ejemplo, una de las cámaras que fotografió en estos días y que mostró a sus invitados en Nochebuena tenía un mini limpiaparabrisas para los días de lluvia.
A un prisionero de máxima seguridad le asiste el derecho de al menos una hora de ejercicio al aire libre por día. Pero cuando Assange pidió al gobierno británico que le dejasen ejercitarse durante ese tiempo en una terraza contigua a la embajada, el pedido, como todos los demás, volvió rechazado. En estos tres años Assange ha salido cuatro veces al balcón, sus únicos contactos con el cielo y el viento. Dos veces lo hizo para leer declaraciones acerca de su situación judicial, otra para hacerse fotografiar junto al lingüista estadounidense Noam Chomsky y la cuarta para hacerse retratar junto al líder por los derechos civiles norteamericano Jesse Jackson. “Esa vez sí que desafié la muerte, sin darme cuenta” comenta Assange. “Después me enteré que en otro tiempo, en otro balcón, Jackson estaba parado junto a Martin Luther King cuando King fue asesinado.” Cuando sale al balcón, lo primero que hace es fijarse la forma en que están colocados los ladrillos en las paredes de ladrillo expuesto de los edificios que lo rodean. Lo que busca es un patrón diferente de colocación al que puede observar desde su ventana, solo para ver algo diferente. Aunque todavía puede leer sin usar anteojos cuenta que le cuesta mucho medir distancias por la incapacidad que tiene de mirar a lo lejos. “Siento que estoy en una obra de teatro, con gente que entra y sale del escenario mientras yo sigo acá, viéndolos pasar”, comenta con tono sombrío. Para iluminar la sala de conferencias donde recibe a sus invitados, Assange se vale de una poderosa luz de esas que usan los fotógrafos profesionales en sus sesiones con modelos. Dice que es la luz que más le gusta por replicar en parte la gama de colores de la luz del sol, “salvo por el azul”.
Cerca de él cuentan que Assange no quiere hablar de sus problemas de salud para no mostrarse derrotado ante sus adversarios, pero sus colaboradores están preocupados. La embajada tiene un total de doscientos metros cuadrados y aunque Assange hoy puede moverse dentro de ella con cierta libertad, no siempre fue así. Cuentan que el embajador anterior no lo quería y que durante un año estuvo confinado a su habitación de cinco por cinco metros, donde solo cabe un colchón para uno y un placard para ropa, más su espacio de trabajo de treinta metros cuadrados abarrotado de computadoras y bibliotecas que debe compartir con su equipo, más un baño sin ducha y una cocina muy apretada. Ahora tiene un poco más de espacio y una buena relación con los guardias de seguridad y el personal de la embajada, pero hasta el visitante ocasional no pude evitar la sensación de encierro que produce el lugar.
Para la comida del día de Navidad Assange repite el vestuario del día anterior para recibir a su padre, a la abogada guatemalteca, a este cronista, a un destacado periodista de investigación estadounidense que lleva 20 años afincado en Londres, y a su esposa, una productora de documentales y activista social, que trae pavo, salsa, papas, zanahorias y budín inglés preparados por su hija. El matrimonio acaba de llegar de un viaje de tres semanas por India. Esta vez la conversación gira en torno de la economía mundial, con Marx y Picketty como grandes protagonistas, las últimas tendencias en hackeo, lo errores políticos del líder laborista Jeremy Corbyn, y la maleabilidad de ciertos periodistas formados en “Oxbridge”, mezcla de Oxford y Cambridge, la cuna intelectual de la elite británica. Ya no hay música aunque el tocadiscos sigue ahí, y el clima es un poco más sombrío, como si se pudiera palpitar el final de la fiesta y el regreso a una rutina difícil de soportar. Pero a los postres la cara de Assange estalla en una sonrisa cuando la productora venida de India le acerca el teléfono celular: del otro lado de la línea está Alicia Castro. “¡Alisha! ¡Feliz Navidad! Estamos tomando tus vinos...¿Cómo?” Se acerca a una ventana para escuchar mejor. Después de un par de minutos corta y vuelve con las noticias: “Está bien, pero un poco triste con el cambio de presidente. Dice que Macri está gobernando por decreto.” Después de colgar con la ex embajadora Assange va a la cocina y vuelve con una tetera llena con dos saquitos colgando y sirve las cinco tazas. Después de un rato más de charla los invitados se retiran y Assange cuenta triste que pudo hablar con su madre y sus hijos en Francia y Australia, “pero es muy poco lo que se puede hablar en un teléfono seguro”. Dice que no está contento ni mucho menos feliz a pesar de los lindos momentos que acaba de pasar, pero tampoco amargado, ni deprimido, ni resignado. Después de pensarlo concluye, en forma de pregunta porque no está convencido, “¿tal vez un poco enojado?”
Tres días antes, en el primer encuentro de este viaje, después de saludar, lo primero que había preguntado es “¿Qué pasa con Macri?” Quería saber todo del nuevo presidente argentino. Había leído los cables de Wikileaks que lo mencionaban y se había detenido en uno que decía que había consultado con los gobiernos de Israel y Estados Unidos el nombre de su primer jefe de la policía metropolitana. Sin embargo, no pierde las esperanzas de entablar una buena relación con el nuevo gobierno argentino. Dijo que una de las principales razones por las que aceptó que este cronista argentino contara su Navidad en un diario argentino es porque le gustaría que Macri y su equipo conozcan mejor su situación y eventualmente lo apoyen en foros internacionales, como el gobierno argentino lo ha venido haciendo durante el mandato de Cristina Kirchner. Es que la situación judicial con Estados Unidos pinta fulera, dice Assange y mucho más si, como todo parece, en noviembre Hillary Clinton gana las elecciones. La ex primera dama tiene un encono personal con él porque Wikileaks publicó los cables del Departamento de Estado cuando ella estaba a cargo de esa repartición y después publicó los correos electrónicos de Hillary, donde habla de temas de Estado en su e-mail personal. Aunque a esta altura queda claro que no lo van a procesar por sus publicaciones –si así fuera este cronista y este diario también estarían en problemas– Assange se habría enterado que el presunto autor de la filtraciones de los documentos diplomáticos y militares estadounidenses, la ex soldado primera clase Chelsea Manning, condenada a 35 años de prisión, después de meses de prisiones y un trato que el relator de la ONU para la tortura Juan Méndez describió como “condiciones similares a la tortura” Manning habría confesado que antes de la filtración se había comunicado “con alguien que dijo ser Assange” y que investigadores habrían descubierto chat borrados entre Manning y una persona “que dijo ser Assange”, quien le habría aconsejado al soldado cómo sacar los documentos que publicaría Wikileaks y cómo cubrir sus huellas después de sacar esos documentos. Preguntado sobre si a él le consta que esos chats existieron, Assange sonríe y contesta: “no puedo comentar sobre eso”.
Por otro lado, el mismo Assange tiene esperanzas de recibir buenas noticias del Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias de Naciones Unidas que estudia su caso. Si el el Grupo arriba a un dictamen que indica que Assange está siendo arbitrariamente detenido por Gran Bretaña y Suecia en la embajada, estaría basado en el hecho de que Gran Bretaña y Suecia no le reconocen el asilo y por lo tanto no le permiten un salvoconducto para viajar a Ecuador, mientras que su encierro ha superado por más de un año el máximo tiempo de encarcelamiento que le correspondería en Suecia si fuera condenado por el crimen de violación menor por el que es investigado pero aun no ha sido acusado. Según entiende Assange, este dictamen que podría destrabar su situación podría demorarse por presiones de Suecia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Por eso se encuentra en busca de apoyo internacional y en este escenario Latinoamérica en general y Argentina en particular, siendo este un referente internacional en el tema de los derechos humanos, bien podrían interesarse en su caso y acaso iniciar gestiones para reforzar la autonomía del Grupo de Trabajo.
Podrá sonar ingenuo imaginarse algún apoyo de un flamante gobierno que ha hecho saber sus deseos de alinearse detrás de Estados Unidos, para el hombre que ha revelado los secretos más vergonzosos y comprometedores que jamás se hayan conocido de ese país, con la posible excepción de los que más tarde filtraría Edward Snowden siguiendo su ejemplo. Casi casi sería un milagro. Milagro de Navidad, si es que existen.
Publicado en Página 12