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martes, 6 de agosto de 2024

 

Venezuela: no hace falta

 

Por Santiago O’Donnell

 

 

                                                                                       (AFP)


No hace falta que muestren las actas. Ya está, gracias. A esta altura no pueden quedar muchas dudas de que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, se robó la elección. Los días pasan y no han podido mostrar ni un solo papel. Peor, no han podido mostrar ni un solo dato que permita explicar o describir el supuesto hackeo que el gobierno venezolano y las autoridades electorales de ese país dicen haber sufrido. Curioso hackeo el que denuncian. Casi milagroso: permite ver los resultados, incluso actualizarlos, pero no publicarlos. Porque se supone que el Consejo Nacional Electoral, si dio ganador a Maduro sin ningún lugar a dudas, después de anunciar una tendencia irreversible con el 80 por ciento de los votos contados, debe ser que pudo ver los datos. Y si tres días después, en una investigación judicial realizada en tiempo récord, la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia pudo certificar el triunfo de Maduro, ya con el 90 por ciento de los votos contabilizados, entonces pudieron ver y actualizar los datos de la elección. Seguramente ambos cuerpos especializados en organizar y controlar elecciones no van a certificar un triunfo electoral sin haber analizado toda la documentación respaldatoria que hiciera falta. ¿Entonces por qué no mostraron nada?

“Maduro sabe que cuanta más transparencia demuestre, mayor serenidad va a tener para gobernar,” ironizó Lula da Silva, presidente de Brasil, mientras busca una salida política y pacífica a la grave crisis generada por el despojo a la voluntad popular en un país clave para la región. Porque claro, el hackeo mágico que permite saber pero no publicar información aún no se ha inventado. Lo que sí existe es una cooptación grotesca por parte del régimen de organismos del Estado supuestamente independientes.

Solo dos misiones de observación pudieron monitorear los comicios, una misión reducida de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y una misión del Carter Center, la ONG que había certificado y avalado cada uno de los triunfos electorales de chavismo de la última década y más allá. Un día después de la votación la ONU reclamó en boca de su secretario general, Antonio Guterres, “transparencia total” y que  "publiquen los resultados y el desglose por colegios electorales". Si Guterres reclamó transparencia es porque no debió haberla encontrado. Que se sepa aún no tuvo esa suerte. Encima la Mision de Detrminación de los Hechos de Venezuela de la misma ONU denunció que tras las protestas que estallaron en todo el país después de las elecciones había recibido “información creíble sobre detenciones, personas heridas y fallecidas, así como violencia desplegada por cuerpos de seguridad y grupos de civiles armados que apoyan al Gobierno (conocidos como “colectivos”) en el marco de esas protestas”. La especialista en derecho humanos argentina Patriciá Tappatá, miembro de esa misión de la ONU, agregó: “Estamos asistiendo a la reactivación acelerada de la maquinaria represiva que nunca fue desmantelada y ahora es utilizada para socavar las libertades públicas de los ciudadanos y su derecho a la participación política y la libre expresión de las ideas.”

La misión del Carter Center esperó calladita hasta que sus miembros habían salido de Venezuela y 48 horas después de los comicios comunicó que las elección “no se adecuó a parámetros y estándares internacionales de integridad electoral y no puede ser considerada como democrática”. Acusó al Consejo Nacional Electoral de favoritismo hacia el gobierno, dijo que la autoridad electoral no proporcionó resultados desglosados por mesa electoral, lo cual constituye una “grave violación de los principios electorales”. Señaló también que la elección se realizó en un ambiente de “libertades restringidas en detrimento de actores políticos, organizaciones de la sociedad civil y medios de comunicación,” entre otras irregularidades, intimidaciones y presiones para favorecer al oficialismo durante la campaña que el informe enumera. Los examigos chavistas del Carter Center ahora dicen que la institución que monitoreó 143 elecciones en todo el mundo, fundada por el presidente más izquierdista que tuvo Estados Unidos, resultó ser pantalla de la CIA.

Por eso ya está. Ya no hace falta que muestren nada y lo que lleguen a mostrar no va a cambiar lo que pasó antes, durante y después de la elección.  No importa lo que Maduro, su gobierno o las instituciones que fueron cómplices de su engaño digan diez días después de las elecciones, o treinta, o un año después. En el momento de cumplir con el protocolo establecido por ley y acordado con los observadores internacionales, o sea, en el momento de mostrar a pruebas de que habían ganado, no lo hicieron. Ni mostraron una sola evidencia de que no estaban en condiciones de hacerlo, más allá del cuentito del hackeo milagroso.

Como casi todo el mundo el papa Francisco también habló tema. Muchos lo acusan de ser tibio a la hora de hablar de violaciones a los derechos humanos en gobiernos y regímenes de izquierda, y esta vez no fue la excepción. Pero habría que reconocer que en su comentario sobre las elecciones venezolanas usó una palabra poderosa: verdad. Ni Lula, ni el presidente mexicano A.M. López Obrador ni su para colombiano Gustavo Petro se atrevieron a tanto. "Dirijo un llamamiento sincero a todas las partes a buscar la verdad,” disparó el Papa.

Es cierto que en estos tiempos de posverdad todo se relativiza con realidades paralelas. Es cierto que Estados Unidos sancionó a Venezuela, que la oposición venezolana ha sabido ser golpista, que el chavismo agarró un país en ruinas y acercó recursos del estado a millones de personas que nunca los habían recibido. Tan cierto como la hiperinflación, los millones de emigrados, la represión en las calles y los presos políticos.

Tan cierto como que no se puede esperar verdad de un gobierno que hizo asumir a un presidente muerto, en coma o casi y sin que nadie pudiera verlo, postrado y agonizante en el mejor de los casos, en una clínica de La Habana custodiada por los hermanos Castro. Y que cuando el cuerpo del comandante Hugo Chávez viajó de vuelta a Venezuela, mientras Maduro y compañía decían que seguía vivo y gobernando, ni sus familiares fueron a visitarlo al centro médico de Caracas donde fue alojado, acaso porque no encontraron razones para hacerlo.

Pero todo eso es historia: las sanciones de Estados Unidos, la muerte del comandante. Parafraseando a Francisco, hoy lo que importa es la verdad sobre las elecciones.

Feo problema les creó Maduro a los referentes de la izquierda latinoamericana, especialmente a Lula y AMLO. El primero dejó su anterior presidencia con el índice de aprobación más alto en la historia de la región y el segundo va en camino a superarlo. Ahora se tienen que fumar la fiesta que se está haciendo la derecha con las tropelías del mandatario venezolano, en medio de un avance avasallador del neofascismo en todo el mundo. Es que ellos saben bien que la democracia es la única defensa que tienen los pueblos contra el asalto del capitalismo depredador, especulativo e individualista. AMLO y Lula se cansaron de perder elecciones presidenciales antes de acceder al poder. Y de jóvenes conocieron en carne propia los límites y el costo humano de la utopía revolucionaria. Saben que si la izquierda pierde sus credenciales democráticas también pierde su capacidad de transformar y resistir. Y es por eso que, más allá de los buenos modales, Maduro ha perdido el apoyo de ellos y de gran parte de la izquierda latinoamericana.

La verdad puede ser dolorosa, aunque termine siendo sanadora. Es tentador aferrarse a la idea del hackeo mágico, pensar que todo es una gran operación de la ultraderecha, que algún día aparecerán las actas y todo volverá a la normalidad. Pero los sueños delirantes pueden ser peligrosos. Otra vez: todo indica que Maduro se robó las elecciones. Solo a partir de esa verdad se puede empezar a pensar cómo hacer para evitar una invasión, un baño de sangre o una dictadura. No hace falta negar lo obvio para defender ideas de izquierda. No hace falta ni vale la pena entregar las banderas de la democracia. Ni por Maduro ni por la presidencia de Venezuela ni por nada.