Venezuela: no
hace falta
Por Santiago
O’Donnell
No hace
falta que muestren las actas. Ya está, gracias. A esta altura no pueden quedar
muchas dudas de que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, se robó la
elección. Los días pasan y no han podido mostrar ni un solo papel. Peor, no han
podido mostrar ni un solo dato que permita explicar o describir el supuesto
hackeo que el gobierno venezolano y las autoridades electorales de ese país
dicen haber sufrido. Curioso hackeo el que denuncian. Casi milagroso: permite
ver los resultados, incluso actualizarlos, pero no publicarlos. Porque se
supone que el Consejo Nacional Electoral, si dio ganador a Maduro sin ningún
lugar a dudas, después de anunciar una tendencia irreversible con el 80 por
ciento de los votos contados, debe ser que pudo ver los datos. Y si tres días
después, en una investigación judicial realizada en tiempo récord, la Sala
Electoral del Tribunal Supremo de Justicia pudo certificar el triunfo de
Maduro, ya con el 90 por ciento de los votos contabilizados, entonces pudieron
ver y actualizar los datos de la elección. Seguramente ambos cuerpos
especializados en organizar y controlar elecciones no van a certificar un
triunfo electoral sin haber analizado toda la documentación respaldatoria que
hiciera falta. ¿Entonces por qué no mostraron nada?
“Maduro sabe
que cuanta más transparencia demuestre, mayor serenidad va a tener para
gobernar,” ironizó Lula da Silva, presidente de Brasil, mientras busca una
salida política y pacífica a la grave crisis generada por el despojo a la
voluntad popular en un país clave para la región. Porque claro, el hackeo
mágico que permite saber pero no publicar información aún no se ha inventado.
Lo que sí existe es una cooptación grotesca por parte del régimen de organismos
del Estado supuestamente independientes.
Solo dos misiones
de observación pudieron monitorear los comicios, una misión reducida de la Organización
de Naciones Unidas (ONU) y una misión del Carter Center, la ONG que había
certificado y avalado cada uno de los triunfos electorales de chavismo de la
última década y más allá. Un día después de la votación la ONU reclamó en boca
de su secretario general, Antonio Guterres, “transparencia total” y que "publiquen los resultados y el desglose
por colegios electorales". Si Guterres reclamó transparencia es porque no
debió haberla encontrado. Que se sepa aún no tuvo esa suerte. Encima la Mision de
Detrminación de los Hechos de Venezuela de la misma ONU denunció que tras las
protestas que estallaron en todo el país después de las elecciones había
recibido “información creíble sobre detenciones, personas heridas y fallecidas,
así como violencia desplegada por cuerpos de seguridad y grupos de civiles
armados que apoyan al Gobierno (conocidos como “colectivos”) en el marco de
esas protestas”. La especialista en derecho humanos argentina Patriciá Tappatá,
miembro de esa misión de la ONU, agregó: “Estamos asistiendo a la reactivación
acelerada de la maquinaria represiva que nunca fue desmantelada y ahora es
utilizada para socavar las libertades públicas de los ciudadanos y su derecho a
la participación política y la libre expresión de las ideas.”
La misión del
Carter Center esperó calladita hasta que sus miembros habían salido de Venezuela
y 48 horas después de los comicios comunicó que las elección “no se adecuó a
parámetros y estándares internacionales de integridad electoral y no puede ser
considerada como democrática”. Acusó al Consejo Nacional Electoral de
favoritismo hacia el gobierno, dijo que la autoridad electoral no proporcionó
resultados desglosados por mesa electoral, lo cual constituye una “grave
violación de los principios electorales”. Señaló también que la elección se
realizó en un ambiente de “libertades restringidas en detrimento de actores
políticos, organizaciones de la sociedad civil y medios de comunicación,” entre
otras irregularidades, intimidaciones y presiones para favorecer al oficialismo
durante la campaña que el informe enumera. Los examigos chavistas del Carter
Center ahora dicen que la institución que monitoreó 143 elecciones en todo el mundo,
fundada por el presidente más izquierdista que tuvo Estados Unidos, resultó ser
pantalla de la CIA.
Por eso ya
está. Ya no hace falta que muestren nada y lo que lleguen a mostrar no va a
cambiar lo que pasó antes, durante y después de la elección. No importa lo que Maduro, su gobierno o las
instituciones que fueron cómplices de su engaño digan diez días después de las
elecciones, o treinta, o un año después. En el momento de cumplir con el
protocolo establecido por ley y acordado con los observadores internacionales,
o sea, en el momento de mostrar a pruebas de que habían ganado, no lo hicieron.
Ni mostraron una sola evidencia de que no estaban en condiciones de hacerlo,
más allá del cuentito del hackeo milagroso.
Como casi
todo el mundo el papa Francisco también habló tema. Muchos lo acusan de ser tibio
a la hora de hablar de violaciones a los derechos humanos en gobiernos y
regímenes de izquierda, y esta vez no fue la excepción. Pero habría que reconocer
que en su comentario sobre las elecciones venezolanas usó una palabra poderosa:
verdad. Ni Lula, ni el presidente mexicano A.M. López Obrador ni su para colombiano
Gustavo Petro se atrevieron a tanto. "Dirijo un llamamiento sincero a
todas las partes a buscar la verdad,” disparó el Papa.
Es cierto que
en estos tiempos de posverdad todo se relativiza con realidades paralelas. Es
cierto que Estados Unidos sancionó a Venezuela, que la oposición venezolana ha
sabido ser golpista, que el chavismo agarró un país en ruinas y acercó recursos
del estado a millones de personas que nunca los habían recibido. Tan cierto como
la hiperinflación, los millones de emigrados, la represión en las calles y los
presos políticos.
Tan cierto como
que no se puede esperar verdad de un gobierno que hizo asumir a un presidente
muerto, en coma o casi y sin que nadie pudiera verlo, postrado y agonizante en
el mejor de los casos, en una clínica de La Habana custodiada por los hermanos
Castro. Y que cuando el cuerpo del comandante Hugo Chávez viajó de vuelta a Venezuela,
mientras Maduro y compañía decían que seguía vivo y gobernando, ni sus
familiares fueron a visitarlo al centro médico de Caracas donde fue alojado, acaso
porque no encontraron razones para hacerlo.
Pero todo
eso es historia: las sanciones de Estados Unidos, la muerte del comandante. Parafraseando
a Francisco, hoy lo que importa es la verdad sobre las elecciones.
Feo problema
les creó Maduro a los referentes de la izquierda latinoamericana, especialmente
a Lula y AMLO. El primero dejó su anterior presidencia con el índice de
aprobación más alto en la historia de la región y el segundo va en camino a
superarlo. Ahora se tienen que fumar la fiesta que se está haciendo la derecha
con las tropelías del mandatario venezolano, en medio de un avance avasallador
del neofascismo en todo el mundo. Es que ellos saben bien que la democracia es
la única defensa que tienen los pueblos contra el asalto del capitalismo depredador,
especulativo e individualista. AMLO y Lula se cansaron de perder elecciones
presidenciales antes de acceder al poder. Y de jóvenes conocieron en carne propia los
límites y el costo humano de la utopía revolucionaria. Saben que si la
izquierda pierde sus credenciales democráticas también pierde su capacidad de
transformar y resistir. Y es por eso que, más allá de los buenos modales, Maduro
ha perdido el apoyo de ellos y de gran parte de la izquierda latinoamericana.
La verdad puede ser dolorosa, aunque termine siendo sanadora. Es tentador aferrarse a la idea del hackeo mágico, pensar que todo es una gran operación de la ultraderecha, que algún día aparecerán las actas y todo volverá a la normalidad. Pero los sueños delirantes pueden ser peligrosos. Otra vez: todo indica que Maduro se robó las elecciones. Solo a partir de esa verdad se puede empezar a pensar cómo hacer para evitar una invasión, un baño de sangre o una dictadura. No hace falta negar lo obvio para defender ideas de izquierda. No hace falta ni vale la pena entregar las banderas de la democracia. Ni por Maduro ni por la presidencia de Venezuela ni por nada.