Tuvimos esta semana la Asamblea General de las Naciones Unidas, una especie de mundial de presidentes que se juega todos los años en Nueva York. Es la única cita a la que acuden todos los presidentes y en la que todos hablan, uno por uno, en discursos uniformes para la televisión, en un imponente salón de audiencias, dentro del icónico rascacielos de la ONU en el sureste de Manhattan, sobre el East River mirando a Queens.
El juego mezcla diplomacia, marketing y relaciones públicas. Alrededor del discurso en la Asamblea suceden reuniones bilaterales, firmas de tratados, encuentros casuales, plantones, ninguneadas, conferencias de prensa, doctorados honorarios en universidades, entrevistas en cadenas de televisión, seminarios abiertos al público, sesiones en estricto off-the-record, propuestas formales y borradores de propuestas, hoteles seis estrellas, traslados en helicóptero y visitas guiadas a las iglesias más pobres de Harlem. Audios, videos, fotos y palabras escritas para todos los idiomas e ideologías. Imágenes, relatos, historias y coreografías de los más poderosos, pintorescos y rebeldes líderes mundiales, todos juntos y en descarnada competencia por la atención de una audiencia global.
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sábado, 28 de septiembre de 2013
sábado, 21 de septiembre de 2013
Dilma no va - por Santiago O´Donnell
No por nada Dilma suspendió su viaje a Estados Unidos. O sea, este martes suspendió (unos dicen canceló, otros dicen postergó) la visita oficial de la presidenta de Brasil a la Casa Blanca. Visita oficial quiere decir el programa completo: cena oficial, reunión a solas con Obama, firma de acuerdos multimillonarios, foto en el Salón Oval, conferencia de prensa conjunta en el Jardín de Rosas. Etc. Etc. Meses o años de diplomacia para conseguirlo. Algo que muy pocos presidentes del mundo están dispuestos a dejar pasar. No puede haber sido una decisión fácil. Dilma había invertido mucho para limar asperezas con Washington, asperezas surgidas durante la presidencia de Lula, por la audacia del ex presidente brasilero, no sólo en la región, donde enfrentó, al principio casi en soledad, el proyecto estadounidense para crear un mercado común interamericano a su medida, sino también en Medio Oriente, donde Lula había forjado una alianza con Turquía para buscar un entendimiento entre israelíes y palestinos, con la venia de Irán y la simpatía de Rusia, pero sin la aprobación de Estados Unidos, irrumpiendo así en las grandes ligas de la política internacional.
Dilma había dado vuelta esa página. Había sacado al canciller de Lula, Celso Amorin, a quien los estadounidenses consideran como poco menos que un enemigo, según revelaron cables diplomáticos filtrados por Wikileaks, y lo había reemplazado con Antonio Patriota, un diplomático abiertamente pro estadounidense. Dilma también archivó la iniciativa de Medio Oriente y suspendió la diplomacia de alto perfil con Irán, al tiempo que mantuvo su apoyo a la posición aperturista de Estados Unidos en la Organización Mundial del Comercio. Dilma había tenido un montón de gestos amistosos hacia Estados Unidos y Estados Unidos había retribuido con la visita del año pasado de Obama y con la invitación oficial para Dilma.
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Todo iba bien entre Dilma y Obama hasta que aparecieron las revelaciones de un ex contratista de la CIA muy bien documentado llamado Edward Snowden, hoy exiliado en Rusia. Snowden mostró muchos documentos que demostraron un espionaje masivo e indiscriminado de la agencia de inteligencia estadounidense NSA y su socia británica GCHQ. A principios del mes pasado Snowden filtró un documento en el cual Brasil aparecía en una lista de 16 países que habían sido espiados por la NSA. Aún sabiendo eso, continuando con los gestos amistosos hacia Estados Unidos, el 9 de julio el (entonces) canciller Patriota anunció formalmente que Brasil había rechazado la solicitud de asilo presentada por Snowden.
Pero el 2 de septiembre la televisión brasilera mostró más documentos de la NSA filtrados por Snowden y la situación se complicó. Los documentos decían, entre otras cosas, que la NSA había espiado a Dilma, incluso que había grabado conversaciones entre ella y sus colaboradores más cercanos. Hasta ahí no digamos que todo bien, pero la visita seguía en pie. Dilma se había quejado en la cumbre del G20 en San Petersburgo y Obama había quedado en contestarle. El tema es que a esa altura ya se sabía que varios líderes del mundo, incluso varios aliados de Estados Unidos, habían sido espiados también. Cada vez que Snowden pelaba un documento saltaba un nombre pesado. El secretario general de la ONU. La canciller de Alemania. El presidente francés. El mandatario de México. Los estadounidenses y sus socios ingleses, con quienes los estadounidenses tercerizaron gran parte de su espionaje para no violar leyes propias, decían que el espionaje que hacían era para combatir el terrorismo. O sea, poco menos que espiaban presidentes extranjeros para cuidarlos, para que no les pase nada. O para que no se hagan los pícaros amigándose con los que ponen bombas y/o con quienes los financian. Antes de partir a San Petersburgo Obama lo había explicado así. “En cuanto a la recolección de inteligencia a nivel internacional, nuestro foco está en el contraterrorismo, armas de destrucción masiva, ciberseguridad, ése es el centro del interés nacional de EE.UU. Le puedo asegurar al público en Europa y el resto del mundo que no andamos husmeando los correos electrónicos ni pinchando los teléfonos de la gente. Le estamos apuntando a áreas muy específicas que nos preocupan.”
Las cosas cambiaron para peor el 9 de septiembre cuando el mismo programa de tevé brasilero, “Fantástico”, mostró un documento que Snowden había sacado de la NSA. El documento “top secret” demostraba que la NSA tenía un programa de computación llamado “Blackpearl” para extraer datos redes privadas. El documento decía que la NSA había usado “Blackpearl” para espiar a Google, a la red de trasferencias financieras SWIFT, al ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y...a la petrolera brasilera Petrobras. El programa de tevé “Fantástico” también mostró un documento titulado “Explotación de Redes” del GCHQ británico. Ese documento destacaba la importancia de espiar a empresas en industrias estratégicas incluyendo compañías petroleras, instituciones financieras y aerolíneas, así como gobiernos extranjeros. Los documentos no aclaraban cuando habría sucedido el espionaje ni qué información se habría extraído.
Petrobras es una de las 30 empresas más grandes del mundo, de capitales mixtos, y acaba de descubrir, en el 2006, un gigantesco campo petrolero en el Atlántico llamado Tupi, que convirtió a Brasil en una potencia petrolera. Petrobras planea explotar ese campo con socios extranjeros a través de un proceso de licitaciones que empieza el mes que viene. Por eso las últimas revelaciones de Snowden provocaron un revuelo en el los círculos políticos y empresariales de Brasil. Legisladores opositores le pidieron que excluya a las firmas estadounidenses de las futuras licitaciones petroleras. Dilma, que había sido presidenta del directorio de la petrolera y ministra de Energía de Lula, entendía quizás mejor que nadie la importancia estratégica de Petrobras y la gravedad de lo que había revelado Snowden.
Parafraseando a Obama, Estados Unidos había cruzado una línea roja. Porque una cosa es espiar a terroristas para evitar atentados y otra muy distinta es espiar a empresas para sacar ventajas económicas. “Las últimas revelaciones del programa periodístico brasilero Fantástico, han generado acusaciones de que la NSA está realizando operaciones de recolección de inteligencia que excede su proclamada misión de seguridfad nacional, un argumento que a menudo se utiliza como una distinción clave entre la agencia estadounidense y sus pares de Rusia y China,” analizó el periódico británico The Guardian. “Aunque usó las mismas técnicas que emplearon hackers chinos para robar secretos industriales y de todo tipo, la NSA dice que sus objetivos son diferentes. 'Esta agencia no hace espionaje económico en ningún campo, incluyendo el cibernético,' había dicho la agencia el mes pasado en respuesta a un artículo del Washington Post.”
Después de la revelación sobre Petrobras, el director de Inteligencia Nacional de EE.UU., James Clapper, intentó explicar lo inexplicable. “Juntamos esta información por muchas razones importantes. Primero, para proveer a EE.UU. y sus aliados detección temprana de crisis financieras internacionales que podría impactar negativamente en la economía global. También para adquirir conocimientos sobre políticas económicas de otros países o comportamientos que podrían afectar la economía global.”
La explicación, claro, no satisfizo a Dilma. “Si se confirman los hechos, quedaría en evidencia que el espionaje no es por seguridad o lucha contra el terrorismo, sino que responde a intereses económicos y estratégicos”, dijo la mandataria en un comunicado horas después de conocerse el espionaje a Petrobras. “Los intentos de violación y espionaje de datos e informaciones son incompatibles con la convivencia democrática entre países amigos, siendo claramente ilegítimos”, añadió.
Toda la semana pasada Dilma buscó razones para no cancelar el viaje. Incluso mandó a su nuevo canciller, Luiz Figueiredo, a Estados Unidos a intentar un acercamiento. Pero lo que fue a buscar el canciller, lo que necesitaba Dilma, Obama no le podía dar. No le podía decir cuándo y dónde había espiado a Petrobras, ni qué datos le había sacado. No le podía pedir disculpas a Dilma y a todo el mundo, como había sugerido Lula. No podía admitir ni reconocer que lo que denuncia el tal Snowden es verdad. Al menos hasta ahora no ha podido hacerlo. Con su credibilidad por el piso, con sus alianzas resquebrajadas, la semana pasada Obama debió dar marcha atrás en su intención de castigar a Siria por su presunto uso de armas químicas.
Entonces Dilma tuvo que suspender el viaje, volver sobre sus pasos y tomar distancia de Washington. Fue una decisión de alto contenido simbólico, que en la práctica no pone en peligro los acuerdos estratégicos entre los dos países, pero deja la relación en un punto delicado. No habrá sido una decisión sencilla para Dilma, pero no podía hacer otra cosa.
Dilma había dado vuelta esa página. Había sacado al canciller de Lula, Celso Amorin, a quien los estadounidenses consideran como poco menos que un enemigo, según revelaron cables diplomáticos filtrados por Wikileaks, y lo había reemplazado con Antonio Patriota, un diplomático abiertamente pro estadounidense. Dilma también archivó la iniciativa de Medio Oriente y suspendió la diplomacia de alto perfil con Irán, al tiempo que mantuvo su apoyo a la posición aperturista de Estados Unidos en la Organización Mundial del Comercio. Dilma había tenido un montón de gestos amistosos hacia Estados Unidos y Estados Unidos había retribuido con la visita del año pasado de Obama y con la invitación oficial para Dilma.
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Todo iba bien entre Dilma y Obama hasta que aparecieron las revelaciones de un ex contratista de la CIA muy bien documentado llamado Edward Snowden, hoy exiliado en Rusia. Snowden mostró muchos documentos que demostraron un espionaje masivo e indiscriminado de la agencia de inteligencia estadounidense NSA y su socia británica GCHQ. A principios del mes pasado Snowden filtró un documento en el cual Brasil aparecía en una lista de 16 países que habían sido espiados por la NSA. Aún sabiendo eso, continuando con los gestos amistosos hacia Estados Unidos, el 9 de julio el (entonces) canciller Patriota anunció formalmente que Brasil había rechazado la solicitud de asilo presentada por Snowden.
Pero el 2 de septiembre la televisión brasilera mostró más documentos de la NSA filtrados por Snowden y la situación se complicó. Los documentos decían, entre otras cosas, que la NSA había espiado a Dilma, incluso que había grabado conversaciones entre ella y sus colaboradores más cercanos. Hasta ahí no digamos que todo bien, pero la visita seguía en pie. Dilma se había quejado en la cumbre del G20 en San Petersburgo y Obama había quedado en contestarle. El tema es que a esa altura ya se sabía que varios líderes del mundo, incluso varios aliados de Estados Unidos, habían sido espiados también. Cada vez que Snowden pelaba un documento saltaba un nombre pesado. El secretario general de la ONU. La canciller de Alemania. El presidente francés. El mandatario de México. Los estadounidenses y sus socios ingleses, con quienes los estadounidenses tercerizaron gran parte de su espionaje para no violar leyes propias, decían que el espionaje que hacían era para combatir el terrorismo. O sea, poco menos que espiaban presidentes extranjeros para cuidarlos, para que no les pase nada. O para que no se hagan los pícaros amigándose con los que ponen bombas y/o con quienes los financian. Antes de partir a San Petersburgo Obama lo había explicado así. “En cuanto a la recolección de inteligencia a nivel internacional, nuestro foco está en el contraterrorismo, armas de destrucción masiva, ciberseguridad, ése es el centro del interés nacional de EE.UU. Le puedo asegurar al público en Europa y el resto del mundo que no andamos husmeando los correos electrónicos ni pinchando los teléfonos de la gente. Le estamos apuntando a áreas muy específicas que nos preocupan.”
Las cosas cambiaron para peor el 9 de septiembre cuando el mismo programa de tevé brasilero, “Fantástico”, mostró un documento que Snowden había sacado de la NSA. El documento “top secret” demostraba que la NSA tenía un programa de computación llamado “Blackpearl” para extraer datos redes privadas. El documento decía que la NSA había usado “Blackpearl” para espiar a Google, a la red de trasferencias financieras SWIFT, al ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y...a la petrolera brasilera Petrobras. El programa de tevé “Fantástico” también mostró un documento titulado “Explotación de Redes” del GCHQ británico. Ese documento destacaba la importancia de espiar a empresas en industrias estratégicas incluyendo compañías petroleras, instituciones financieras y aerolíneas, así como gobiernos extranjeros. Los documentos no aclaraban cuando habría sucedido el espionaje ni qué información se habría extraído.
Petrobras es una de las 30 empresas más grandes del mundo, de capitales mixtos, y acaba de descubrir, en el 2006, un gigantesco campo petrolero en el Atlántico llamado Tupi, que convirtió a Brasil en una potencia petrolera. Petrobras planea explotar ese campo con socios extranjeros a través de un proceso de licitaciones que empieza el mes que viene. Por eso las últimas revelaciones de Snowden provocaron un revuelo en el los círculos políticos y empresariales de Brasil. Legisladores opositores le pidieron que excluya a las firmas estadounidenses de las futuras licitaciones petroleras. Dilma, que había sido presidenta del directorio de la petrolera y ministra de Energía de Lula, entendía quizás mejor que nadie la importancia estratégica de Petrobras y la gravedad de lo que había revelado Snowden.
Parafraseando a Obama, Estados Unidos había cruzado una línea roja. Porque una cosa es espiar a terroristas para evitar atentados y otra muy distinta es espiar a empresas para sacar ventajas económicas. “Las últimas revelaciones del programa periodístico brasilero Fantástico, han generado acusaciones de que la NSA está realizando operaciones de recolección de inteligencia que excede su proclamada misión de seguridfad nacional, un argumento que a menudo se utiliza como una distinción clave entre la agencia estadounidense y sus pares de Rusia y China,” analizó el periódico británico The Guardian. “Aunque usó las mismas técnicas que emplearon hackers chinos para robar secretos industriales y de todo tipo, la NSA dice que sus objetivos son diferentes. 'Esta agencia no hace espionaje económico en ningún campo, incluyendo el cibernético,' había dicho la agencia el mes pasado en respuesta a un artículo del Washington Post.”
Después de la revelación sobre Petrobras, el director de Inteligencia Nacional de EE.UU., James Clapper, intentó explicar lo inexplicable. “Juntamos esta información por muchas razones importantes. Primero, para proveer a EE.UU. y sus aliados detección temprana de crisis financieras internacionales que podría impactar negativamente en la economía global. También para adquirir conocimientos sobre políticas económicas de otros países o comportamientos que podrían afectar la economía global.”
La explicación, claro, no satisfizo a Dilma. “Si se confirman los hechos, quedaría en evidencia que el espionaje no es por seguridad o lucha contra el terrorismo, sino que responde a intereses económicos y estratégicos”, dijo la mandataria en un comunicado horas después de conocerse el espionaje a Petrobras. “Los intentos de violación y espionaje de datos e informaciones son incompatibles con la convivencia democrática entre países amigos, siendo claramente ilegítimos”, añadió.
Toda la semana pasada Dilma buscó razones para no cancelar el viaje. Incluso mandó a su nuevo canciller, Luiz Figueiredo, a Estados Unidos a intentar un acercamiento. Pero lo que fue a buscar el canciller, lo que necesitaba Dilma, Obama no le podía dar. No le podía decir cuándo y dónde había espiado a Petrobras, ni qué datos le había sacado. No le podía pedir disculpas a Dilma y a todo el mundo, como había sugerido Lula. No podía admitir ni reconocer que lo que denuncia el tal Snowden es verdad. Al menos hasta ahora no ha podido hacerlo. Con su credibilidad por el piso, con sus alianzas resquebrajadas, la semana pasada Obama debió dar marcha atrás en su intención de castigar a Siria por su presunto uso de armas químicas.
Entonces Dilma tuvo que suspender el viaje, volver sobre sus pasos y tomar distancia de Washington. Fue una decisión de alto contenido simbólico, que en la práctica no pone en peligro los acuerdos estratégicos entre los dos países, pero deja la relación en un punto delicado. No habrá sido una decisión sencilla para Dilma, pero no podía hacer otra cosa.
sábado, 14 de septiembre de 2013
El plan ruso - Por Santiago O´Donnell
El plan ruso funcionó. Por el momento, el presidente de Estados Unidos Barack Obama ha suspendido el bombardeo de Siria. El plan en si es bastante ingenuo y a todas luces impracticable. Nadie puede creer seriamente que el dictador Bashar al Asad, en plena guerra civil, con cien mil muertos a cuestas, va a rendir su arsenal de mil toneladas de armas químicas y dejar que Naciones Unidas se lo destruya, a cambio de nada o casi nada.
El plan funcionó porque Obama cambió de opinión sobre el ataque, mejor dicho fue cambiando de opinión a lo largo de las últimas dos semanas. Encerrado en su promesa de castigar al régimen sirio si usaba armas químicas, la iniciativa rusa le dio una salida elegante, o al menos eso parece creer.
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Recapitulando, el 21 de agosto pasado se produjo un ataque con gas sarín en un suburbio de Damasco controlado por opositores al régimen en el que murieron más de mil civiles. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia llegaron a la conclusión que había sido Asad, pero el gobierno sirio y Rusia dijeron que los opositores se habían echado el gas sobre sí mismos para forzar una intervención de Estados Unidos en una guerra civil que empezaba a inclinarse en favor de las fuerzas del gobierno. El caso fue investigado por inspectores independientes de Naciones Unidas y a esta altura se puede decir con bastante certeza, basándose en comentario de secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, de que el régimen de Asad habría sido el autor de la masacre.
El tema es que Obama había dicho el año pasado que el uso de armas químicas equivalía a cruzar una “línea roja”, o sea, que no sería tolerado. La semana después del ataque químico el gobierno de Obama movilizó buques, apuntó misiles, hizo planes de ataque y listas de blancos, se esperaba que las bombas empezaran a caer en cualquier momento.
Pero el 31 de agosto, en un discurso desde el Jardín de Rosas de la Casa Blanca destinado a explicar por qué Estados Unidos se metía nuevamente en conflicto bélico en Medio Oriente, Obama sorprendió al mundo entero. En su mensaje fundamentó la intervención militar en la supuesta responsabilidad moral de Estados Unidos de no permitir el uso de armas de destrucción masiva, ante la negativa de Rusia y China de actuar de manera decisiva desde el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Dijo que el ataque sería acotado y no involucraría a tropas estadounidenses en territorio sirio. Agregó que el objetivo se limitaba a castigar el uso de armas de destrucción masiva y no incluía el derrocamiento de Asad.
Hasta ahí todo muy esperable. Pero después Obama dio un giro y dijo que atacar a Siria era una decisión muy importante y que iba a consultarla con el Congreso. “Estoy preparado para dar la orden (de atacar). Pero así como estoy convencido como Comandante en Jefe de dar la orden por razones de seguridad nacional, también tengo en cuenta que soy el presidente de la democracia constitucional más vieja del mundo,” explicó.
La sorpresa fue mayúscula. Al convocar al Congreso, Obama delegaba un poder que siempre había pertenecido al presidente. Si bien la Constitución estadounidense dice que es el Congreso quién debe decidir sobre las guerras, hasta hace dos semanas, ningún presidente de la historia de ese país le había prestado atención a ese detalle. En la tradición presidencialista imperial de Washington, las guerras las decide el Comandante en Jefe. Siempre fue así, al menos desde la Pimera Guerra Mundial. Primero se ataca, después se vota para darle el respaldo a los muchachos que están peleando. Además, los congresistas estaban de vacaciones desde hacía más de una semana y hasta ese momento nadie los había llamado para que decidan nada sobre Siria.
Si bien es cierto que Obama es un abogado constitucionalista, nadie se va a creer que mandó el tema al Congreso de puro garantista. No había pedido permiso para entrar a Pakistán a limpiar a Bin Laden, y no había pedido permiso al Congreso cada vez que manda a un dron a matar a un sospechosos de terrorismo en Yemen. Obama tenía que saber que llamar al Congreso era mandar la guerra al freezer.
¿Entonces por qué lo hizo? Esa semana el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas le había bochado el uso de fuerza y el Parlamento británico le había quitado a su principal aliado al votar en contra de la participación británica en el ataque a Siria. La opinión pública estadounidense estaba siete a tres en contra de la intervención y el Congreso se mostraba muy dividido en las dos bancadas. Obama se mostraba convencido de bombardear, pero ya no tanto como para sumir toda la responsabilidad. Se venía la cumbre del G20 en San Petersburgo y quería llevarse algo de respaldo doméstico para convencer a sus aliados. Pero se le hizo cuesta arriba. Antes de partir a Rusia consiguió un tibio respaldo del senado en votación dividida. En San Petersburgo consiguió armar una lista de 25 países que supuestamente apoyarían un ataque a Siria, pero chocó con los BRICS, la Liga Arabe y la totalidad de América Latina, exceptuando Honduras.
Pero hasta el domingo pasado Obama aún daba a entender que el bombardeo era inminente. La Casa Blanca anunció ese día que el presidente de Estados Unidos había aceptado seis entrevistas con las principales cadenas de televisión para el lunes y que el martes hablaría por cadena nacional. El tema sería la crisis siria y el objetivo, venderle la intervención armada a la opinión pública y especialmente al Congreso. Al día siguiente, miércoles, se votaba en la Cámara de Representantes la autorización final para el bombardeo
El lunes, mientras Obama promovía el bombardeo, salió a la luz la propuesta de Rusia, un aliado histórico e incondicional del régimen sirio. Según Moscú, a cambio de que Estados Unidos suspenda el bombardeo, Siría aceptaría entregar su arsenal químico a inspectores internacionales para que procedan con su destrucción. Además y en lo inmediato, Siria firmaría la convención internacional contra el uso de armas químicas. En medio de la guerra de propaganda, y a horas de la declaración del inicio de hostilidades, el secretario de Estado de Estados Unidos se apuró en responder. Dijo que la propuesta era poco seria, dilatoria e impracticable y que no le creía nada a Asad. Por su parte Obama, en pleno raid televisivo para promover la guerra, apenas le dedicó tiempo a responderle a los rusos. “Esto no es nuevo,” minimizó. “El presidente (Vladimir) Putin y yo lo venimos hablando desde hace mucho tiempo.” Consultado sobre si atacaría aún si el Congreso le votaba en contra, contestó: “Creo que es justo decir que aún no lo he decidido.”
Al día siguiente, martes, en su discurso por cadena nacional, Obama volvió a sorprender. En un mensaje de dieciséis minutos, reiteró los argumentos en favor de la intervención, invocando la supuesta “excepcionalidad” de Estados Unidos para actuar por encima de Naciones Unidas. Pero en el mismo discurso dijo que la propuesta rusa “merece ser estudiada con seriedad” y pidió a los representantes que posterguen su votación para darle una oportunidad a las negociaciones.
Al otro día, miércoles, el plan ruso funcionaba a pleno y ya nadie hablaba de bombardear Siria. Los cancilleres de Rusia y Estados Unidos iniciaban reuniones formales en la sede de la ONU en Ginebra para ponerse de acuerdo sobre el tamaño del arsenal químico sirio y cómo se procedería para destruirlo.
El jueves los cancilleres de Rusia y Estados Unidos ofrecieron una conferencia de prensa conjunta, junto al delegado negociador de la Liga Arabe para darle un marco de seriedad a todo el asunto. Ese mismo día los funcionarios de Naciones Unidas aportaron su cuota para el optimismo al anunciar que representantes sirios ya habían solicitado los formularios necesarios para la firma de la convención contra las armas químicas. Ya la amenaza de un ataque estadounidense parecía cosa del pasado..
Envalentonado, Asad empezó a ponerle condiciones al acuerdo. Que Estados Unidos pare de amenazar. Que Estados Unidos y Europa dejen de mandarle armas a los insurgentes. Que esto va a llevar tiempo. La agencia oficial de noticias siria editorializó que Obama había dado marcha atrás, que había arrugado.
El plan ruso había funcionado. Estados Unidos, por ahora, no va a atacar a Siria. No hay más “línea roja” de Washington en caso de que un dictador decida masacrar a su propio pueblo. Ya no hay limites para el uso de armas de destrucción masiva, ni países excep
El plan funcionó porque Obama cambió de opinión sobre el ataque, mejor dicho fue cambiando de opinión a lo largo de las últimas dos semanas. Encerrado en su promesa de castigar al régimen sirio si usaba armas químicas, la iniciativa rusa le dio una salida elegante, o al menos eso parece creer.
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Recapitulando, el 21 de agosto pasado se produjo un ataque con gas sarín en un suburbio de Damasco controlado por opositores al régimen en el que murieron más de mil civiles. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia llegaron a la conclusión que había sido Asad, pero el gobierno sirio y Rusia dijeron que los opositores se habían echado el gas sobre sí mismos para forzar una intervención de Estados Unidos en una guerra civil que empezaba a inclinarse en favor de las fuerzas del gobierno. El caso fue investigado por inspectores independientes de Naciones Unidas y a esta altura se puede decir con bastante certeza, basándose en comentario de secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, de que el régimen de Asad habría sido el autor de la masacre.
El tema es que Obama había dicho el año pasado que el uso de armas químicas equivalía a cruzar una “línea roja”, o sea, que no sería tolerado. La semana después del ataque químico el gobierno de Obama movilizó buques, apuntó misiles, hizo planes de ataque y listas de blancos, se esperaba que las bombas empezaran a caer en cualquier momento.
Pero el 31 de agosto, en un discurso desde el Jardín de Rosas de la Casa Blanca destinado a explicar por qué Estados Unidos se metía nuevamente en conflicto bélico en Medio Oriente, Obama sorprendió al mundo entero. En su mensaje fundamentó la intervención militar en la supuesta responsabilidad moral de Estados Unidos de no permitir el uso de armas de destrucción masiva, ante la negativa de Rusia y China de actuar de manera decisiva desde el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Dijo que el ataque sería acotado y no involucraría a tropas estadounidenses en territorio sirio. Agregó que el objetivo se limitaba a castigar el uso de armas de destrucción masiva y no incluía el derrocamiento de Asad.
Hasta ahí todo muy esperable. Pero después Obama dio un giro y dijo que atacar a Siria era una decisión muy importante y que iba a consultarla con el Congreso. “Estoy preparado para dar la orden (de atacar). Pero así como estoy convencido como Comandante en Jefe de dar la orden por razones de seguridad nacional, también tengo en cuenta que soy el presidente de la democracia constitucional más vieja del mundo,” explicó.
La sorpresa fue mayúscula. Al convocar al Congreso, Obama delegaba un poder que siempre había pertenecido al presidente. Si bien la Constitución estadounidense dice que es el Congreso quién debe decidir sobre las guerras, hasta hace dos semanas, ningún presidente de la historia de ese país le había prestado atención a ese detalle. En la tradición presidencialista imperial de Washington, las guerras las decide el Comandante en Jefe. Siempre fue así, al menos desde la Pimera Guerra Mundial. Primero se ataca, después se vota para darle el respaldo a los muchachos que están peleando. Además, los congresistas estaban de vacaciones desde hacía más de una semana y hasta ese momento nadie los había llamado para que decidan nada sobre Siria.
Si bien es cierto que Obama es un abogado constitucionalista, nadie se va a creer que mandó el tema al Congreso de puro garantista. No había pedido permiso para entrar a Pakistán a limpiar a Bin Laden, y no había pedido permiso al Congreso cada vez que manda a un dron a matar a un sospechosos de terrorismo en Yemen. Obama tenía que saber que llamar al Congreso era mandar la guerra al freezer.
¿Entonces por qué lo hizo? Esa semana el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas le había bochado el uso de fuerza y el Parlamento británico le había quitado a su principal aliado al votar en contra de la participación británica en el ataque a Siria. La opinión pública estadounidense estaba siete a tres en contra de la intervención y el Congreso se mostraba muy dividido en las dos bancadas. Obama se mostraba convencido de bombardear, pero ya no tanto como para sumir toda la responsabilidad. Se venía la cumbre del G20 en San Petersburgo y quería llevarse algo de respaldo doméstico para convencer a sus aliados. Pero se le hizo cuesta arriba. Antes de partir a Rusia consiguió un tibio respaldo del senado en votación dividida. En San Petersburgo consiguió armar una lista de 25 países que supuestamente apoyarían un ataque a Siria, pero chocó con los BRICS, la Liga Arabe y la totalidad de América Latina, exceptuando Honduras.
Pero hasta el domingo pasado Obama aún daba a entender que el bombardeo era inminente. La Casa Blanca anunció ese día que el presidente de Estados Unidos había aceptado seis entrevistas con las principales cadenas de televisión para el lunes y que el martes hablaría por cadena nacional. El tema sería la crisis siria y el objetivo, venderle la intervención armada a la opinión pública y especialmente al Congreso. Al día siguiente, miércoles, se votaba en la Cámara de Representantes la autorización final para el bombardeo
El lunes, mientras Obama promovía el bombardeo, salió a la luz la propuesta de Rusia, un aliado histórico e incondicional del régimen sirio. Según Moscú, a cambio de que Estados Unidos suspenda el bombardeo, Siría aceptaría entregar su arsenal químico a inspectores internacionales para que procedan con su destrucción. Además y en lo inmediato, Siria firmaría la convención internacional contra el uso de armas químicas. En medio de la guerra de propaganda, y a horas de la declaración del inicio de hostilidades, el secretario de Estado de Estados Unidos se apuró en responder. Dijo que la propuesta era poco seria, dilatoria e impracticable y que no le creía nada a Asad. Por su parte Obama, en pleno raid televisivo para promover la guerra, apenas le dedicó tiempo a responderle a los rusos. “Esto no es nuevo,” minimizó. “El presidente (Vladimir) Putin y yo lo venimos hablando desde hace mucho tiempo.” Consultado sobre si atacaría aún si el Congreso le votaba en contra, contestó: “Creo que es justo decir que aún no lo he decidido.”
Al día siguiente, martes, en su discurso por cadena nacional, Obama volvió a sorprender. En un mensaje de dieciséis minutos, reiteró los argumentos en favor de la intervención, invocando la supuesta “excepcionalidad” de Estados Unidos para actuar por encima de Naciones Unidas. Pero en el mismo discurso dijo que la propuesta rusa “merece ser estudiada con seriedad” y pidió a los representantes que posterguen su votación para darle una oportunidad a las negociaciones.
Al otro día, miércoles, el plan ruso funcionaba a pleno y ya nadie hablaba de bombardear Siria. Los cancilleres de Rusia y Estados Unidos iniciaban reuniones formales en la sede de la ONU en Ginebra para ponerse de acuerdo sobre el tamaño del arsenal químico sirio y cómo se procedería para destruirlo.
El jueves los cancilleres de Rusia y Estados Unidos ofrecieron una conferencia de prensa conjunta, junto al delegado negociador de la Liga Arabe para darle un marco de seriedad a todo el asunto. Ese mismo día los funcionarios de Naciones Unidas aportaron su cuota para el optimismo al anunciar que representantes sirios ya habían solicitado los formularios necesarios para la firma de la convención contra las armas químicas. Ya la amenaza de un ataque estadounidense parecía cosa del pasado..
Envalentonado, Asad empezó a ponerle condiciones al acuerdo. Que Estados Unidos pare de amenazar. Que Estados Unidos y Europa dejen de mandarle armas a los insurgentes. Que esto va a llevar tiempo. La agencia oficial de noticias siria editorializó que Obama había dado marcha atrás, que había arrugado.
El plan ruso había funcionado. Estados Unidos, por ahora, no va a atacar a Siria. No hay más “línea roja” de Washington en caso de que un dictador decida masacrar a su propio pueblo. Ya no hay limites para el uso de armas de destrucción masiva, ni países excep
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Este año, como casi siempre sucedió desde el fin de la Guerra Fría, volvió a ganar un clásico: el enfrentamiento Islam-Occidente, con Estados Unidos e Irán como principales protagonistas de un culebrón de acercamientos y distanciamientos que se suceden al compás de la irrupción y desenlace de distintos conflictos laterales, como pasa ahora con la guerra civil siria. Hubo otras historias, claro, en Nueva York. A nivel regional, por ejemplo, Dilma llevó su queja por el espionaje estadounidense y reiteró su reclamo por un asiento en el consejo permanente de la ONU para Brasil, Cristina cargó contra los fondos buitre, Evo chicaneó a Piñera por la salida al mar y Pepe Mujica dijo “nuestro mundo necesita menos organismos mundiales, que sirven más a las cadenas hoteleras, y más humanidad y ciencia.” Pero salvo con sus respectivas audiencias cautivas, ningún latinoamericano movió el amperímetro.
Como viene pasando en las últimas asambleas, la historia dominante fue la del líder islámico en el centro del capitalismo. ¿Cómo se ve bajo las luces, marquesinas y carteles publicitarios de la Gran Manzana? ¿Es informal y amigable o sobrio y distante? ¿Está cómodo o está enojado? ¿Vino a pelearse o a arreglarse? ¿Vino a ganarse a los estadounidenses o enfrentarlos para hacer puntos con los iraníes que lo miran por tevé?
Este año la zaga tuvo galán nuevo y final hollywoodense. Hizo su estreno en la asamblea el nuevo presidente iraní, Hasan Rohani, elegido en junio con el mandato de ampliar los derechos ciudadanos en Irán y mejorar las relaciones con Occidente. En Nueva York lo esperaba una agenda acorde con la ocasión: discursos en el Council for Foreign Affairs y la Asia Society, pieza editorial en el Washington Post, entrevistas con las cadenas NBC y CNN y un mano a mano con Charlie Rose en la televisión pública, PBS. También lo esperaba Obama ,el otro protagonista, el más conocido, el que juega de local. Un presidente demócrata ni paloma ni halcón, más bien pragmático, que venía golpeado por un escándalo de espionaje a sus propios aliados y que acababa de echarse atrás en su intención de bombardear al principal aliado de Irán, Siria, por haber usado armas químicas en su guerra civil.
Las expectativa se venía armando desde antes del comienzo de la Asamblea. Se sabía que en la víspera Obama y Rohani habían intercambiado cartas personales privadas. Si bien el contenido completo de las cartas no se había dado a conocer, desde ambos lados se había filtrado que ambos líderes habían coincidido en que que valía la pena resolver el principal obstáculo en la relación. Esto es, la falta de controles sobre el programa nuclear iraní y la subsecuente imposición de duras sanciones económicas de Naciones Unidas, en particular la imposibilidad de hacer transacciones financieras a través del sistema internacional SWIFT. En sus discursos ante la Asamblea, tanto Obama como Rohani reiteraron que estaban dispuestos a negociar en serio. Obama ofreció una reunión mano a mano, pero Rohani contestó que la opinión pública iraní no estaba preparada para ir tan rápido. Entonces acordaron una reunión a nivel de cancilleres y una conversación telefónica entre los dos presidentes que se haría pública, como primeros pasos para alcanzar un acuerdo definitivo sobre el programa nuclear.
En paralelo Estados Unidos y Rusia acordaron un calendario y hoja de ruta para el desarme de armas químicas de Siria. Además, a instancias del secretario general de la ONU, Ban ki-Moon, las potencias convocaron a una conferencia internacional en el marco de Naciones Unidas, para intentar hallar un camino hacia la paz, tras dos años de inacción de la ONU, durante los cuales murieron unos cien mil sirios en la guerra civil. En otro hecho simbólicamente significativo para superar el duelo occidente-islam, el primer ministro palestino Mahmud Abbas dio su primer discurso en la Asamblea como jefe de estado reconocidos por la ONU.
Todas esta noticias hablan de una Asamblea inusualmente efectiva, en la que sus principales operadores lograron pasar del terreno discursivo al de las negociaciones directas y de los acuerdos vinculantes. Pero lo que pasa y se escenifica en la cita anual de Naciones Unidas no es un reflejo fiel de lo que pasa en el mundo, sino más bien un pantallazo de su costado más dramático.
Es cierto que el terrorismo islamista representa hoy la mayor amenaza a la seguridad a nivel mundial, tal como recuerda el sangriento ataque del grupo Al Shabaab esta semana a un shopping de Nairobi, con jihadistas reclutados en Estados Unidos y Europa que dejaron un tendal de muertos en una batalla que duró más de tres días. Sin embargo, cuando hablamos de los grandes conflictos, de las grandes batallas geopolíticas que hoy se libran a nivel mundial, Irán no aparece en primera fila.
En el famoso choque de las civilizaciones que había planteado el ideólogo conservador Samuel Huntington, el desafío a la hegemonía de Occidente surge de la economía, la cultura y el poder de China. Con la reemergencia de una Rusia, la Rusia neo zarista de Putin, que vuelve a ocupar su lugar de tercero en discordia. Más el despertar de India, con Brasil y el bloque latinoamericano, y Sudáfirica post-apartheied como referente de un bloque africano. Y dentro de ese contexto, un lugar importante también para las distintas corrientes islámicas y del mundo árabe,donde la corriente chiíta, liderada desde afuera de Arabia por Teherán, rivaliza con la corriente sunita liderada por Egipto y Arabia Saudita.
Quizá la razón por la que rivalidad no se muestra en el mundial de los presidentes tiene que ver con una estrategia de China. Igual que Irán, China tenia presidente nuevo para estrenar. Xi JingPing, que había asumido en noviembre del año pasado, podría haber sido la gran novedad en Nueva York. Venia de ser acusado por el gobierno de Estados Unidos de permitir que agentes de su gobierno hackeen y espíen las principales empresas tecnológicas estadounidenses. Venía de cargarse a sus rivales internos del Partido Comunista Chino con una serie de juicios por corrupción en las más altas esferas del poder.
Pero esta vez pegó el faltazo. Xi no estuvo en la Asamblea, se quedó en China. Eso sí: mandó un video al comité de Educación de la ONU para elogiar un programa apadrinado por el secretario general,en el que agradece el trabajo realizado desde que el programa se lanzó en el año pasado y que espera continuar este año con la participación de miles de maestros y millones de estudiantes chinos.
Xi también mandó al canciller a dar el discurso en nombre de China. Se trata de recurso habitual, para los jugadores que no participan en este mundial de presidentes por lesión, enfermedad, urgencias políticas en el frente interno o simple decisión táctica. El discurso del canciller chino Wang Yi no llamó demasiado la atención. Más que plantarse como representante de una superpotencia, pareció casi que pedía disculpas por la confusión de haber aparentado una hegemonía que China supuestamente no busca ni ambiciona de ninguna manera.
"Así con China ha disfrutado de una vía rápida al desarrollo a lo largo de los años, alguna gente se preocupan de que China podría repetir el ya transitado camino de un país que inevitablemente se vuelve arrogante y busca hegemonías cuando crecen sus fuerzas y se vuelve poderoso. Por eso han surgido muchas versiones de la 'amenaza china`. Pero lo que ocurrió en el pasado no puede aplicarse indiscriminadamente a la China de hoy. China se va a mantener firme en el camino hacia el desarrollo pacífico." dijo Wang. "Hace cuarenta años en este mismo podio Deng Xiao Ping declaró solemnemente en nombre del gobierno de China que China nunca buscaría la hegemonía mundial. Hoy su declaración permanece nuestro compromiso y nuestra convicción inalterable. China ha honrado y seguirá honrando su promesa de ser una fuerza determinada en mantener la paz mundial."
Alguien habrá estado escuchando, seguramente, al canciller chino. Pero en este ONU show tan lleno de fotos de buenos augurios, las marquesinas lucieron otros nombres y las luces apuntaron en otra dirección.